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El Deseado de Todas las Gentes
quezas. Jesús deseaba dirigir la atención al contraste que había entre
la vestimenta de Juan y la que llevaban los sacerdotes y gobernantes.
Estos se ataviaban con ricos mantos y costosos ornamentos. Ama-
ban la ostentación y esperaban deslumbrar a la gente, para alcanzar
mayor consideración. Ansiaban más granjearse la admiración de
los hombres, que obtener la pureza del corazón que les ganaría la
aprobación de Dios. Así revelaban que no reconocían a Dios, sino al
reino de este mundo.
“Mas, ¿qué—dijo Jesús,—salisteis a ver? ¿un profeta? También
os digo, y más que profeta. Porque éste es de quien está escrito:
He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, que aparejará tu
camino delante de ti.
“De cierto os digo, que no se levantó entre los que nacen de
mujeres otro mayor que Juan el Bautista.” En el anunció hecho a
Zacarías antes del nacimiento de Juan, el ángel había declarado:
“Será grande delante de Dios.
En la estima del cielo, ¿qué consti-
tuye la grandeza? No lo que el mundo tiene por tal; ni la riqueza, la
jerarquía, el linaje noble, o las dotes intelectuales, consideradas en sí
mismas. Si la grandeza intelectual, fuera de cualquier consideración
superior, es digna de honor, entonces debemos rendir homenaje a
Satanás, cuyo poder intelectual no ha sido nunca igualado por hom-
bre alguno. Pero si el don está pervertido para servir al yo, cuanto
mayor sea, mayor maldición resulta. Lo que Dios aprecia es el valor
moral. El amor y la pureza son los atributos que más estima. Juan
era grande a la vista del Señor cuando, delante de los mensajeros
del Sanedrín, delante de la gente y de sus propios discípulos, no
buscó honra para sí mismo sino que a todos indicó a Jesús como el
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Prometido. Su abnegado gozo en el ministerio de Cristo presenta el
más alto tipo de nobleza que se haya revelado en el hombre.
El testimonio dado acerca de él después de su muerte, por aque-
llos que le oyeron testificar acerca de Jesús, fué: “Juan, a la verdad,
ninguna señal hizo; mas todo lo que Juan dijo de éste, era verdad.
No le fué dado a Juan hacer bajar fuego del cielo, ni resucitar muer-
tos, como Elías lo había hecho, ni manejar la vara del poder en el
nombre de Dios como Moisés. Fué enviado a pregonar el adve-
nimiento del Salvador, y a invitar a la gente a prepararse para su
venida. Tan fielmente cumplió su misión, que al recordar la gente lo
que había enseñado acerca de Jesús, podía decir: “Todo lo que Juan