“¿No es éste el hijo del carpintero?”
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gracia de Dios. No solamente fué limpiado de su lepra, sino también
bendecido con un conocimiento del verdadero Dios.
Nuestra situación delante de Dios depende, no de la cantidad
de luz que hemos recibido, sino del empleo que damos a la que
tenemos. Así, aun los paganos que eligen lo recto en la medida en
que lo pueden distinguir, están en una condición más favorable que
aquellos que tienen gran luz y profesan servir a Dios, pero desprecian
la luz y por su vida diaria contradicen su profesión de fe.
Las palabras de Jesús a sus oyentes en la sinagoga llegaron a
la raíz de su justicia propia, haciéndoles sentir la amarga verdad de
que se habían apartado de Dios y habían perdido su derecho a ser
su pueblo. Cada palabra cortaba como un cuchillo, mientras Jesús
les presentaba su verdadera condición. Ahora despreciaban la fe que
al principio les inspirara. No querían admitir que Aquel que había
surgido de la pobreza y la humildad fuese otra cosa que un hombre
común.
Su incredulidad engendró malicia. Satanás los dominó, y con
ira clamaron contra el Salvador. Se habían apartado de Aquel cuya
misión era sanar y restaurar; y ahora manifestaban los atributos del
destructor.
Cuando Jesús se refirió a las bendiciones dadas a los gentiles, el
fiero orgullo nacional de sus oyentes despertó, y las palabras de él
se ahogaron en un tumulto de voces. Esa gente se había jactado de
guardar la ley; pero ahora que veía ofendidos sus prejuicios, estaba
lista para cometer homicidio. La asamblea se disolvió, y empujan-
do a Jesús, le echó de la sinagoga y de la ciudad. Todos parecían
ansiosos de matarle. Le llevaron hasta la orilla de un precipicio,
con la intención de despeñarle. Gritos y maldiciones llenaban el
aire. Algunos le tiraban piedras, cuando repentinamente desapareció
de entre ellos. Los mensajeros celestiales que habían estado a su
lado en la sinagoga estaban con él en medio de la muchedumbre
enfurecida. Le resguardaron de sus enemigos y le condujeron a un
lugar seguro.
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También los ángeles habían protegido a Lot y le habían condu-
cido en salvo de en medio de Sodoma. Así protegieron a Eliseo en
la pequeña ciudad de la montaña. Cuando las colinas circundantes
estaban ocupadas por caballos y carros del rey de Siria, y por la gran
hueste de sus hombres armados, Eliseo contempló las laderas más