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El Deseado de Todas las Gentes
cercanas cubiertas con los ejércitos de Dios: caballos y carros de
fuego en derredor del siervo del Señor.
Así, en todas las edades, los ángeles han estado cerca de los
fieles que siguieran a Cristo. La vasta confederación del mal está
desplegada contra todos aquellos que quisieren vencer; pero Cristo
quiere que miremos las cosas que no se ven, los ejércitos del cielo
acampados en derredor de los que aman a Dios, para librarlos. De
qué peligros, vistos o no vistos, hayamos sido salvados por la inter-
vención de los ángeles, no lo sabremos nunca hasta que a la luz de la
eternidad veamos las providencias de Dios. Entonces sabremos que
toda la familia del cielo estaba interesada en la familia de esta tierra,
y que los mensajeros del trono de Dios acompañaban nuestros pasos
día tras día.
Cuando en la sinagoga Jesús leyó la profecía, se detuvo antes de
la especificación final referente a la obra del Mesías. Habiendo leído
las palabras: “A proclamar año de la buena voluntad de Jehová,”
omitió la frase: “Y día de venganza del Dios nuestro.
Esta frase era
tan cierta como la primera de la profecía, y con su silencio Jesús no
negó la verdad. Pero sus oyentes se deleitaban en espaciarse en esa
última expresión, y deseaban ansiosamente su cumplimiento. Pro-
nunciaban juicios contra los paganos, no discerniendo que su propia
culpa era mayor que la de los demás. Ellos mismos estaban en la más
profunda necesidad de la misericordia que estaban tan listos para
negar a los paganos. Ese día en la sinagoga, cuando Jesús se levantó
entre ellos, tuvieron oportunidad de aceptar el llamamiento del cielo.
Aquel que “es amador de misericordia,
anhelaba salvarlos de la
ruina que sus pecados atraían.
No iba a abandonarlos sin llamarlos una vez más al arrepenti-
miento. Hacia la terminación de su ministerio en Galilea, volvió a
visitar el hogar de su niñez. Desde que se le rechazara allí, la fama
de su predicación y sus milagros había llenado el país. Nadie podía
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negar ahora que poseía un poder más que humano. Los habitantes
de Nazaret sabían que iba haciendo bienes y sanando a todos los
oprimidos del diablo. Alrededor de ellos había pueblos enteros don-
de no se oía un gemido de enfermedad en ninguna casa; porque él
había pasado por allí, sanando a todos sus enfermos. La misericordia
revelada en todo acto de su vida atestiguaba su ungimiento divino.