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El Deseado de Todas las Gentes
arrepentimiento. Si ellos aceptaban estas enseñanzas, debían cambiar
sus prácticas y abandonar las esperanzas que habían acariciado. A
fin de ser honrados por el Cielo, debían sacrificar la honra de los
hombres. Si obedecían a las palabras de este nuevo rabino, debían ir
contra las opiniones de los grandes pensadores y maestros de aquel
tiempo.
La verdad era impopular en el tiempo de Cristo. Es impopular
en el nuestro. Lo fué desde que por primera vez Satanás la hizo
desagradable al hombre, presentándole fábulas que conducen a la
exaltación propia. ¿No encontramos hoy teorías y doctrinas que no
tienen fundamento en la Palabra de Dios? Los hombres se aferran
hoy tan tenazmente a ellas como los judíos a sus tradiciones.
Los dirigentes judíos estaban llenos de orgullo espiritual. Su
deseo de glorificar al yo se manifestaba aun en el ritual del santuario.
Amaban los lugares destacados en la sinagoga, y los saludos en las
plazas; les halagaba el sonido de los títulos en labios de los hombres.
A medida que la verdadera piedad declinaba entre ellos, se volvían
más celosos de sus tradiciones y ceremonias.
Por cuanto el prejuicio egoísta había obscurecido su entendi-
miento, no podían armonizar el poder de las convincentes palabras
de Cristo con la humildad de su vida. No apreciaban el hecho de que
la verdadera grandeza no necesita ostentación externa. La pobreza
de ese hombre parecía completamente opuesta a su aserto de ser
el Mesías. Se preguntaban: Si es lo que dice ser, ¿por qué es tan
modesto? Si prescindía de la fuerza de las armas, ¿qué llegaría a ser
de su nación? ¿Cómo se lograría que el poder y la gloria tanto tiem-
po esperados convirtiesen a las naciones en súbditas de la ciudad
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de los judíos? ¿No habían enseñado los sacerdotes que Israel debía
gobernar sobre toda la tierra? ¿Era posible que los grandes maestros
religiosos estuviesen en error?
Pero no fué simplemente la ausencia de gloria externa en la
vida de Jesús lo que indujo a los judíos a rechazarle. Era él la
personificación de la pureza, y ellos eran impuros. Moraba entre los
hombres como ejemplo de integridad inmaculada. Su vida sin culpa
hacía fulgurar la luz sobre sus corazones. Su sinceridad revelaba la
falta de sinceridad de ellos. Ponía de manifiesto el carácter huero
de su piedad presuntuosa, y les revelaba la iniquidad en toda su
odiosidad. Esa luz no era bienvenida para ellos.