Página 211 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El llamamiento a orillas del mar
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vino. Escenas como ésta habían mirado de antemano los profetas, y
escribieron:
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“La tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí,
hacia la mar, más allá del Jordán,
Galilea de las naciones;
el pueblo que estaba sentado en tinieblas ha visto gran luz,
y a los sentados en la región y sombra de muerte,
luz les ha resplandecido.
En su sermón, Jesús tenía presentes otros auditorios, además de
la muchedumbre que estaba a orillas de Genesaret. Mirando a través
de los siglos, vió a sus fieles en cárceles y tribunales, en tentación,
soledad y aflicción. Cada escena de gozo, o conflicto y perplejidad, le
fué presentada. En las palabras dirigidas a los que le rodeaban, decía
también a aquellas otras almas las mismas palabras que les habrían
de llegar como mensaje de esperanza en la prueba, de consuelo en la
tristeza y de luz celestial en las tinieblas. Mediante el Espíritu Santo,
esa voz que hablaba desde el barco de pesca en el mar de Galilea,
sería oída e infundiría paz a los corazones humanos hasta el fin del
tiempo.
Terminado el discurso, Jesús se volvió a Pedro y le ordenó que
se dirigiese mar adentro y echase la red. Pero Pedro estaba descora-
zonado. En toda la noche no había pescado nada. Durante las horas
de soledad, se había acordado de la suerte de Juan el Bautista, que
estaba languideciendo solo en su mazmorra. Había pensado en las
perspectivas que se ofrecían a Jesús y sus discípulos, en el fracaso
de la misión en Judea y en la maldad de los sacerdotes y rabinos.
Aun su propia ocupación le había fallado; y mientras miraba sus
redes vacías, el futuro le parecía obscuro. Dijo: “Maestro, habiendo
trabajado toda la noche, nada hemos tomado, mas en tu palabra
echaré la red.”
La noche era el único tiempo favorable para pescar con redes en
las claras aguas del lago. Después de trabajar toda la noche sin éxito,
parecía una empresa desesperada echar la red de día. Pero Jesús
había dado la orden, y el amor a su Maestro indujo a los discípulos
a obedecerle. Juntos, Simón y su hermano, dejaron caer la red. Al
intentar sacarla, era tan grande la cantidad de peces que encerraba