Página 219 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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En Capernaúm
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el cielo y la tierra están vinculados, y que un conocimiento de la
verdad divina prepara a los hombres para cumplir mejor los deberes
de la vida diaria. Hablaba como quien está familiarizado con el cielo,
consciente de su relación con Dios, aunque reconociendo su unidad
con cada miembro de la familia humana.
Variaba sus mensajes de misericordia para adaptarlos a su audito-
rio. Sabía “hablar en sazón palabra al cansado
porque la gracia se
derramaba de sus labios, a fin de inculcar a los hombres los tesoros
de la verdad de la manera más atrayente. Tenía tacto para tratar con
los espíritus llenos de prejuicios, y los sorprendía con ilustraciones
que conquistaban su atención. Mediante la imaginación, llegaba al
corazón. Sacaba sus ilustraciones de las cosas de la vida diaria, y
aunque eran sencillas, tenían una admirable profundidad de signi-
ficado. Las aves del aire, los lirios del campo, la semilla, el pastor
y las ovejas, eran objetos con los cuales Cristo ilustraba la verdad
inmortal; y desde entonces, siempre que sus oyentes veían estas
cosas de la naturaleza, recordaban sus palabras. Las ilustraciones de
Cristo repetían constantemente sus lecciones.
Cristo nunca adulaba a los hombres. Nunca dijo algo que pudiese
exaltar su fantasía e imaginación, ni los alababa por sus hábiles
invenciones; pero los pensadores profundos y sin prejuicios recibían
su enseñanza, y hallaban que probaba su sabiduría. Se maravillaban
por la verdad espiritual expresada en el lenguaje más sencillo. Los
más educados quedaban encantados con sus palabras, y los indoctos
obtenían siempre provecho. Tenía un mensaje para los analfabetos,
y hacía comprender aun a los paganos que tenía un mensaje para
ellos.
Su tierna compasión caía con un toque sanador sobre los co-
razones cansados y atribulados. Aun en medio de la turbulencia
de enemigos airados, estaba rodeado por una atmósfera de paz. La
hermosura de su rostro, la amabilidad de su carácter, sobre todo el
amor expresado en su mirada y su tono, atraían a él a todos aquellos
que no estaban endurecidos por la incredulidad. De no haber sido
por el espíritu suave y lleno de simpatía que se manifestaba en todas
sus miradas y palabras, no habría atraído las grandes congregaciones
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que atraía. Los afligidos que venían a él sentían que vinculaba su
interés con los suyos como un amigo fiel y tierno, y deseaban cono-
cer más de las verdades que enseñaba. El cielo se acercaba. Ellos