216
El Deseado de Todas las Gentes
anhelaban permanecer en su presencia, y que pudiese acompañarlos
de continuo el consuelo de su amor.
Jesús vigilaba con profundo fervor los cambios que se veían en
los rostros de sus oyentes. Los que expresaban interés y placer le
causaban gran satisfacción. A medida que las saetas de la verdad
penetraban hasta el alma a través de las barreras del egoísmo, y
obraban contrición y finalmente gratitud, el Salvador se alegraba.
Cuando su ojo recorría la muchedumbre de oyentes y reconocía
entre ellos rostros que había visto antes, su semblante se iluminaba
de gozo. Veía en ellos promisorios súbditos para su reino. Cuando
la verdad, claramente pronunciada, tocaba algún ídolo acariciado,
notaba el cambio en el semblante, la mirada fría y el ceño que le
decían que la luz no era bienvenida. Cuando veía a los hombres
rechazar el mensaje de paz, su corazón se transía de dolor.
Mientras estaba Jesús en la sinagoga, hablando del reino que
había venido a establecer y de su misión de libertar a los cautivos de
Satanás, fué interrumpido por un grito de terror. Un loco se lanzó
hacia adelante de entre la gente, clamando: “Déjanos, ¿qué tenemos
contigo, Jesús Nazareno? ¿has venido a destruirnos? Yo te conozco
quién eres, el Santo de Dios.”
Todo quedó entonces en confusión y alarma. La atención se
desvió de Cristo, y la gente ya no oyó sus palabras. Tal era el pro-
pósito de Satanás al conducir a su víctima a la sinagoga. Pero Jesús
reprendió al demonio diciendo: “Enmudece, y sal de él. Entonces
el demonio, derribándole en medio, salió de él, y no le hizo daño
alguno.”
La mente de este pobre doliente había sido obscurecida por Sata-
nás, pero en presencia del Salvador un rayo de luz había atravesado
las tinieblas. Se sintió incitado a desear estar libre del dominio de
Satanás; pero el demonio resistió al poder de Cristo. Cuando el
hombre trató de pedir auxilio a Jesús, el mal espíritu puso en su
boca las palabras, y el endemoniado clamó con la agonía del temor.
Comprendía parcialmente que se hallaba en presencia de Uno que
podía librarle; pero cuando trató de ponerse al alcance de esa mano
[221]
poderosa, otra voluntad le retuvo; las palabras de otro fueron pro-
nunciadas por su medio. Era terrible el conflicto entre el poder de
Satanás y su propio deseo de libertad.