Página 221 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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En Capernaúm
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Aquel que había vencido a Satanás en el desierto de la tentación,
se volvía a encontrar frente a frente con su enemigo. El diablo ejercía
todo su poder para conservar el dominio sobre su víctima. Perder
terreno, sería dar una victoria a Jesús. Parecía que el torturado iba a
fallecer en la lucha con el enemigo que había arruinado su virilidad.
Pero el Salvador habló con autoridad, y libertó al cautivo. El hombre
que había sido poseído permanecía delante de la gente admirada,
feliz en la libertad de su dominio propio. Aun el demonio había
testificado del poder divino del Salvador.
El hombre alabó a Dios por su liberación. Los ojos que hacía
poco despedían fulgores de locura brillaban ahora de inteligencia, y
de ellos caían lágrimas de agradecimiento. La gente estaba muda de
asombro. Tan pronto como recuperaron el habla, se dijeron unos a
otros: “¿Qué palabra es ésta, que con autoridad y potencia manda a
los espíritus inmundos, y salen?”
La causa secreta de la aflicción que había hecho de este hombre
un espectáculo terrible para sus amigos y una carga para sí mismo,
estribaba en su propia vida. Había sido fascinado por los placeres
del pecado, y había querido hacer de su vida una gran diversión. No
pensaba llegar a ser un terror para el mundo y un oprobio para su
familia. Había creído que podía dedicar su tiempo a locuras inocen-
tes. Pero una vez encaminado hacia abajo, sus pies descendieron
rápidamente. La intemperancia y la frivolidad pervirtieron los nobles
atributos de su naturaleza, y Satanás llegó a dominarlo en absoluto.
El remordimiento vino demasiado tarde. Cuando quiso sacrificar
las riquezas y los placeres para recuperar su virilidad perdida, ya se
hallaba impotente en las garras del maligno. Se había colocado en el
terreno del enemigo, y Satanás se había posesionado de todas sus
facultades. El tentador le había engañado con sus muchas seduccio-
nes encantadoras; pero una vez que el pobre hombre estuvo en su
poder, el enemigo se hizo inexorable en su crueldad, y terrible en
sus airadas visitas. Así sucederá con todos los que se entreguen al
mal; el placer fascinante de los comienzos termina en las tinieblas
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de la desesperación o la locura de un alma arruinada.
El mismo mal espíritu que tentó a Cristo en el desierto y que
poseía al endemoniado de Capernaúm dominaba a los judíos incrédu-
los. Pero con ellos asumía un aire de piedad, tratando de engañarlos
en cuanto a sus motivos para rechazar al Salvador. Su condición