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El Deseado de Todas las Gentes
era más desesperada que la del endemoniado; porque no sentían
necesidad de Cristo, y por lo tanto estaban sometidos al poder de
Satanás.
El período del ministerio personal de Cristo entre los hombres
fué el tiempo de mayor actividad para las fuerzas del reino de las
tinieblas. Durante siglos, Satanás y sus malos ángeles habían procu-
rado dominar los cuerpos y las almas de los hombres, imponiéndoles
el pecado y el sufrimiento; y acusando luego a Dios de causar toda
esa miseria. Jesús estaba revelando a los hombres el carácter de Dios.
Estaba quebrantando el poder de Satanás y libertando sus cautivos.
Una nueva vida y el amor y poder del cielo estaban obrando en los
corazones de los hombres y el príncipe del mal se había levantado
para contender por la supremacía de su reino. Satanás había reunido
todas sus fuerzas y a cada paso se oponía a la obra de Cristo.
Así sucederá en el gran conflicto final de la lucha entre la justicia
y el pecado. Mientras bajan de lo alto nueva vida, luz y poder sobre
los discípulos de Cristo, una nueva vida surge de abajo y da energía
a los agentes de Satanás. Cierta intensidad se está apoderando de
todos los elementos terrenos. Con una sutileza adquirida durante
siglos de conflicto, el príncipe del mal obra disfrazado. Viene como
ángel de luz, y las multitudes escuchan “a espíritus de error y a
doctrinas de demonios.
En los días de Cristo, los dirigentes y maestros de Israel no po-
dían resistir la obra de Satanás. Estaban descuidando el único medio
por el cual podrían haber resistido a los malos espíritus. Fué por la
Palabra de Dios como Cristo venció al maligno. Los dirigentes de
Israel profesaban exponer la Palabra de Dios, pero la habían estu-
diado sólo para sostener sus tradiciones e imponer sus observancias
humanas. Por su interpretación, le hacían expresar sentidos que Dios
no le había dado. Sus explicaciones místicas hacían confuso lo que
él había hecho claro. Discutían insignificantes detalles técnicos, y
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negaban prácticamente las verdades más esenciales. Así se propala-
ba la incredulidad. La Palabra de Dios era despojada de su poder, y
los malos espíritus realizaban su voluntad.
La historia se repite. Con la Biblia abierta delante de sí y profe-
sando reverenciar sus enseñanzas, muchos de los dirigentes religio-
sos de nuestro tiempo están destruyendo la fe en ella como Palabra
de Dios. Se ocupan en disecarla y dan más autoridad a sus propias