Página 231 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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“Puedes limpiarme”
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su Benefactor, Con alegría presentó su ofrenda y ensalzó el nombre
de Jesús. Los sacerdotes quedaron convencidos del poder divino
del Salvador. Tuvieron oportunidad de conocer la verdad y sacar
provecho de la luz. Si la rechazaban, se apartaría de ellos para no
volver nunca. Muchos rechazaron la luz, pero no fué dada en vano.
Fueron conmovidos muchos corazones que por un tiempo no dieron
señal de serlo. Durante la vida del Salvador, su misión pareció re-
cibir poca respuesta de amor de parte de los sacerdotes y maestros;
pero después de su ascensión “una gran multitud de los sacerdotes
obedecía a la fe.
La obra de Cristo al purificar al leproso de su terrible enfermedad
es una ilustración de su obra de limpiar el alma de pecado. El hombre
que se presentó a Jesús estaba “lleno de lepra.” El mortífero veneno
impregnaba todo su cuerpo. Los discípulos trataron de impedir que
su Maestro le tocase; porque el que tocaba un leproso se volvía
inmundo. Pero al poner su mano sobre el leproso, Jesús no recibió
ninguna contaminación. Su toque impartía un poder vivificador. La
lepra fué quitada. Así sucede con la lepra del pecado, que es arrai-
gada, mortífera e imposible de ser eliminada por el poder humano.
“Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta
del pie hasta la cabeza no hay en él cosa ilesa, sino herida, hinchazón
y podrida llaga.
Pero Jesús, al venir a morar en la humanidad, no
se contamina. Su presencia tiene poder para sanar al pecador. Quien
quiera caer a sus pies, diciendo con fe: “Señor, si quieres, puedes
limpiarme,” oirá la respuesta: “Quiero: sé limpio.”
En algunos casos de curación, Jesús no concedió inmediatamente
la bendición pedida. Pero en el caso del leproso, apenas hecha la
súplica fué concedida. Cuando pedimos bendiciones terrenales, tal
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vez la respuesta a nuestra oración sea dilatada, o Dios nos dé algo
diferente de lo que pedimos, pero no sucede así cuando pedimos
liberación del pecado. El quiere limpiarnos del pecado, hacernos
hijos suyos y habilitarnos para vivir una vida santa. Cristo “se dió a
sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este presente siglo
malo, conforme a la voluntad de Dios y Padre nuestro.” Y “ésta es
la confianza que tenemos en él, que si demandáremos alguna cosa
conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye
en cualquiera cosa que demandáremos, sabemos que tenemos las
peticiones que le hubiéremos demandado.
“Si confesamos nuestros