Página 232 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y
nos limpie de toda maldad,
En la curación del paralítico de Capernaúm, Cristo volvió a en-
señar la misma verdad. Hizo ese milagro para que se manifestase su
poder de perdonar los pecados. Y la curación del paralítico ilustra
también otras verdades preciosas. Es una lección llena de enseñan-
za y estímulo, y por estar relacionada con los cavilosos fariseos,
contiene también una advertencia.
Como el leproso, este paralítico había perdido toda esperanza de
restablecerse. Su enfermedad era resultado de una vida de pecado, y
sus sufrimientos eran amargados por el remordimiento. Mucho antes,
había apelado a los fariseos y doctores con la esperanza de recibir
alivio de sus sufrimientos mentales y físicos. Pero ellos lo habían
declarado fríamente incurable y abandonado a la ira de Dios. Los
fariseos consideraban la aflicción como una evidencia del desagrado
divino, y se mantenían alejados de los enfermos y menesterosos. Sin
embargo, cuán a menudo los mismos que se exaltaban como santos,
eran más culpables que aquellos dolientes a quienes condenaban.
El paralítico se hallaba completamente desamparado y, no vien-
do perspectiva de ayuda en ninguna parte, se había sumido en la
desesperación. Entonces oyó hablar de las obras maravillosas de
Jesús. Le contaron que otros tan pecaminosos e imposibilitados
como él habían quedado sanos; aun leprosos habían sido limpiados.
Y los amigos que le referían estas cosas, le animaban a creer que él
también podría ser curado, si lo pudieran llevar a Jesús. Pero su espe-
ranza decaía cuando recordaba cómo había contraído su enfermedad.
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Temía que el Médico puro no le tolerase en su presencia.
Sin embargo, no era tanto la curación física como el alivio de
su carga de pecado lo que deseaba. Si podía ver a Jesús, y recibir
la seguridad del perdón y de la paz con el Cielo, estaría contento
de vivir o de morir, según fuese la voluntad de Dios. El clamor
del moribundo era: ¡Oh, si pudiese llegar a su presencia! No había
tiempo que perder; sus carnes macilentas mostraban ya rastros de
descomposición. Rogó a sus amigos que le llevasen en su camilla
hasta Jesús, y con gusto ellos intentaron hacerlo. Pero tan densa era
la muchedumbre que se había congregado alrededor y en el interior
de la casa en que Jesús estaba, que era imposible para el enfermo y
sus amigos llegar hasta él, o siquiera llegar al alcance de su voz.