Página 244 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

240
El Deseado de Todas las Gentes
presenta el espíritu y el carácter de la obra de Cristo. Toda su vida fué
un sacrificio de sí mismo por la salvación del mundo. Ora ayunase
en el desierto de la tentación, ora comiese con los publicanos en
el banquete de Mateo, estaba dando su vida para la redención de
los perdidos. El verdadero espíritu de devoción no se manifiesta en
ociosos lamentos, ni en la mera humillación corporal y los múltiples
sacrificios, sino en la entrega del yo a un servicio voluntario a Dios
y al hombre.
Continuando su respuesta a los discípulos de Juan, Jesús pronun-
ció una parábola diciendo: “Nadie mete remiendo de paño nuevo en
vestido viejo; de otra manera el nuevo rompe, y al viejo no conviene
remiendo nuevo.” El mensaje de Juan el Bautista no había de entre-
tejerse con la tradición y la superstición. Una tentativa de fusionar la
hipocresía de los fariseos con la devoción de Juan no lograría sino
hacer más evidente el abismo que había entre ellos.
Ni tampoco podían unirse los principios de la enseñanza de
Cristo con las formas del farisaísmo. Cristo no había de cerrar la
brecha hecha por las enseñanzas de Juan. El iba a hacer aun más
definida la separación entre lo antiguo y lo nuevo. Jesús ilustró aun
más este hecho diciendo: “Nadie echa vino nuevo en cueros viejos;
de otra manera el vino nuevo romperá los cueros, y el vino se de-
rramará, y los cueros se perderán.” Los odres que se usaban como
recipientes para el vino nuevo, después de un tiempo se secaban y
volvían quebradizos, y ya no podían servir con el mismo fin. En esta
ilustración familiar, Jesús presentó la condición de los dirigentes
judíos. Sacerdotes, escribas y gobernantes estaban sumidos en una
rutina de ceremonias y tradiciones. Sus corazones se habían contraí-
do como los odres resecados a los cuales se los había comparado.
Mientras permanecían satisfechos con una religión legal, les era
[245]
imposible ser depositarios de la verdad viva del cielo. Pensaban que
para todo bastaba su propia justicia, y no deseaban que entrase un
nuevo elemento en su religión. No aceptaban la buena voluntad de
Dios para con los hombres como algo separado de ellos. La rela-
cionaban con el mérito propio de sus buenas obras. La fe que obra
por amor y purifica el alma, no hallaba donde unirse con la religión
de los fariseos, compuesta de ceremonias y de órdenes humanas. El
esfuerzo de aunar las enseñanzas de Jesús con la religión establecida