La ordenación de los doce
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Sin embargo, cuando Judas se unió a los discípulos no era in-
sensible a la belleza del carácter de Cristo. Sentía la influencia de
aquel poder divino que atraía las almas al Salvador. El que no había
de quebrar la caña cascada ni apagar el pábilo humeante no iba a
rechazar a esa alma mientras sintiera un deseo de acercarse a la
luz. El Salvador leyó el corazón de Judas; conoció los abismos de
iniquidad en los cuales éste se hundiría a menos que fuese librado
por la gracia de Dios. Al relacionar a este hombre consigo, le puso
donde podría estar día tras día en contacto con la manifestación de
su propio amor abnegado. Si quería abrir su corazón a Cristo, la
gracia divina desterraría el demonio del egoísmo, y aun Judas podría
llegar a ser súbdito del reino de Dios.
Dios toma a los hombres tales como son, con los elementos
humanos de su carácter, y los prepara para su servicio, si quieren
ser disciplinados y aprender de él. No son elegidos porque sean
perfectos, sino a pesar de sus imperfecciones, para que mediante el
conocimiento y la práctica de la verdad, y por la gracia de Cristo,
puedan ser transformados a su imagen.
Judas tuvo las mismas oportunidades que los demás discípu-
los. Escuchó las mismas preciosas lecciones. Pero la práctica de la
verdad requerida por Cristo contradecía los deseos y propósitos de
Judas, y él no quería renunciar a sus ideas para recibir sabiduría del
Cielo.
¡Cuán tiernamente obró el Salvador con aquel que había de
entregarle! En sus enseñanzas, Jesús se espaciaba en los principios
de la benevolencia que herían la misma raíz de la avaricia. Presentó a
Judas el odioso carácter de la codicia, y más de una vez el discípulo
se dió cuenta de que su carácter había sido pintado y su pecado
señalado; pero no quería confesar ni abandonar su iniquidad. Se
creía suficiente de por sí mismo, y en vez de resistir la tentación
continuó practicando sus fraudes. Cristo estaba delante de él, como
ejemplo vivo de lo que debía llegar a ser si cosechaba los beneficios
de la mediación y el ministerio divinos; pero lección tras lección
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caía en los oídos de Judas sin que él le prestara atención.
Ninguna reprimenda viva por su avaricia le dirigió Jesús, sino
que con paciencia divina soportó a ese hombre que estaba en error, al
par que le daba evidencia de que leía en su corazón como en un libro