Página 262 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
abierto. Le presentó los más altos incentivos para hacer lo bueno, y
al rechazar la luz del Cielo, Judas quedaría sin excusa.
En vez de andar en la luz, Judas prefirió conservar sus defectos.
Albergó malos deseos, pasiones vengativas y pensamientos lóbregos
y rencorosos, hasta que Satanás se posesionó plenamente de él. Judas
llegó a ser un representante del enemigo de Cristo.
Cuando llegó a asociarse con Jesús, tenía algunos preciosos ras-
gos de carácter que podrían haber hecho de él una bendición para la
iglesia. Si hubiese estado dispuesto a llevar el yugo de Cristo, podría
haberse contado entre los principales apóstoles; pero endureció su
corazón cuando le señalaron sus defectos, y con orgullo y rebelión
prefirió sus egoístas ambiciones, y así se incapacitó para la obra que
Dios quería darle.
Todos los discípulos tenían graves defectos cuando Jesús los
llamó a su servicio. Aun Juan, quien vino a estar más íntimamente
asociado con el manso y humilde Jesús, no era por naturaleza manso
y sumiso. El y su hermano eran llamados “hijos del trueno.” Aun
mientras andaba con Jesús, cualquier desprecio hecho a éste desper-
taba su indignación y espíritu combativo. En el discípulo amado,
había mal genio, espíritu vengativo y de crítica. Era orgulloso y
ambicionaba ocupar el primer puesto en el reino de Dios. Pero día
tras día, en contraste con su propio espíritu violento, contempló la
ternura y tolerancia de Jesús, y fué oyendo sus lecciones de humil-
dad y paciencia. Abrió su corazón a la influencia divina y llegó a ser
no solamente oidor sino hacedor de las obras del Salvador. Ocultó
su personalidad en Cristo y aprendió a llevar el yugo y la carga de
Cristo.
Jesús reprendía a sus discípulos. Los amonestaba y precavía;
pero Juan y sus hermanos no le abandonaron; prefirieron quedar
con Jesús a pesar de las reprensiones. El Salvador no se apartó
de ellos por causa de sus debilidades y errores. Ellos continuaron
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compartiendo hasta el fin sus pruebas y aprendiendo las lecciones de
su vida. Contemplando a Cristo, llegó a transformarse su carácter.
En sus hábitos y temperamento, los apóstoles diferían grande-
mente. Entre ellos se contaba el publicano Leví Mateo y el celote
Simón, el intransigente enemigo de la autoridad de Roma; el gene-
roso e impulsivo Pedro, y el ruin Judas; Tomás el fiel, aunque tímido
y miedoso; Felipe, lento de corazón e inclinado a la duda, y los am-