Página 263 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La ordenación de los doce
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biciosos y jactanciosos hijos de Zebedeo, con sus hermanos. Estos
fueron reunidos, con sus diferentes defectos, todos con tendencias al
mal, heredadas y cultivadas; pero en Cristo y por su medio habían de
habitar en la familia de Dios, aprendiendo a ser uno en fe, doctrina
y espíritu. Iban a tener sus pruebas, sus agravios, sus diferencias
de opinión; pero mientras Cristo habitase en el corazón de ellos,
no habría disensión. Su amor los induciría a amarse unos a otros;
las lecciones del Maestro harían armonizar todas las diferencias,
poniendo a los discípulos en unidad hasta hacerlos de una mente y
un mismo criterio. Cristo es el gran centro, y ellos se acercarían el
uno al otro en la proporción en que se acercasen al centro.
Cuando Jesús hubo dado su instrucción a los discípulos congregó
al pequeño grupo en derredor suyo, y arrodillándose en medio de
ellos y poniendo sus manos sobre sus cabezas, ofreció una oración
para dedicarlos a su obra sagrada. Así fueron ordenados al ministerio
evangélico los discípulos del Señor.
Como representantes suyos entre los hombres, Cristo no elige
ángeles que nunca cayeron, sino a seres humanos, hombres de pasio-
nes iguales a las de aquellos a quienes tratan de salvar. Cristo mismo
se revistió de la humanidad, para poder alcanzar a la humanidad. La
divinidad necesitaba de la humanidad; porque se requería tanto lo di-
vino como lo humano para traer la salvación al mundo. La divinidad
necesitaba de la humanidad, para que ésta pudiese proporcionarle un
medio de comunicación entre Dios y el hombre. Así sucede con los
siervos y mensajeros de Cristo. El hombre necesita un poder exterior
a sí mismo para restaurarle a la semejanza de Dios y habilitarle para
hacer la obra de Dios; pero esto no hace que no sea esencial el agente
humano. La humanidad hace suyo el poder divino, Cristo mora en el
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corazón por la fe; y mediante la cooperación con lo divino el poder
del hombre se hace eficiente para el bien.
El que llamó a los pescadores de Galilea está llamando todavía
a los hombres a su servicio. Y está tan dispuesto a manifestar su
poder por medio de nosotros como por los primeros discípulos.
Por imperfectos y pecaminosos que seamos, el Señor nos ofrece
asociarnos consigo, para que seamos aprendices de Cristo. Nos
invita a ponernos bajo la instrucción divina para que unidos con
Cristo podamos realizar las obras de Dios.