Página 265 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Capítulo 31—El sermón del monte
Este capítulo está basado en Mateo 5; 6; 7.
Rara vez reunía Cristo a sus discípulos a solas para darles sus
palabras. No elegía por auditorio suyo únicamente a aquellos que
conocían el camino de la vida. Era su obra alcanzar a las multitudes
que estaban en ignorancia y en error. Daba sus lecciones de verdad
donde podían alcanzar el entendimiento entenebrecido. El mismo
era la Verdad, que de pie, con los lomos ceñidos y las manos siempre
extendidas para bendecir, y mediante palabras de amonestación,
ruego y estímulo, trataba de elevar a todos aquellos que venían a él.
El sermón del monte, aunque dado especialmente a los discípu-
los, fué pronunciado a oídos de la multitud. Después de la ordenación
de los apóstoles, Jesús se fué con ellos a orillas del mar. Allí, por la
mañana temprano, la gente había empezado a congregarse. Además
de las acostumbradas muchedumbres de los pueblos galileos, había
gente de Judea y aun de Jerusalén misma; de Perea, de Decápolis,
de Idumea, una región lejana situada al sur de Judea; y de Tiro y
Sidón, ciudades fenicias de la costa del Mediterráneo. “Oyendo cuán
grandes cosas hacía,” ellos “habían venido a oírle, y para ser sanados
de sus enfermedades; ... porque salía de él virtud y sanaba a todos.
La estrecha playa no daba cabida al alcance de su voz, ni aun de
pie, a todos los que deseaban oírle, así que Jesús los condujo a la
montaña. Llegado que hubo a un espacio despejado de obstáculos,
que ofrecía un agradable lugar de reunión para la vasta asamblea,
se sentó en la hierba, y los discípulos y las multitudes siguieron su
ejemplo.
Los discípulos se situaban siempre en el lugar más cercano a
Jesús. La gente se agolpaba constantemente en derredor suyo, pero
los discípulos comprendían que no debían dejarse apartar de su
presencia. Se sentaban a su lado, a fin de no perder una palabra de
sus instrucciones. Escuchaban atentamente, ávidos de comprender
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