El sermón del monte
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convencidos de que este maestro notable era movido por el Espíritu
de Dios, y que los sentimientos que expresaba eran divinos.
Después de explicar lo que constituye la verdadera felicidad
y cómo puede obtenerse, Jesús definió el deber de sus discípulos
como maestros elegidos por Dios para conducir a otros por la senda
de justicia y vida eterna. El sabía que ellos sufrirían a menudo
desilusiones y desalientos y que encontrarían oposición decidida,
que serían insultados y verían rechazado su testimonio. Bien sabía
él que, en el cumplimiento de su misión, los hombres humildes
que escuchaban tan atentamente sus palabras habrían de soportar
calumnias, torturas, encarcelamiento y muerte, y prosiguió:
“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la
justicia: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados
sois cuando os vituperaren y os persiguieren, y dijeren de vosotros
todo mal por mi causa, mintiendo. Gozaos y alegraos; porque vuestra
merced es grande en los cielos; que así persiguieron a los profetas
que fueron antes de vosotros.”
El mundo ama el pecado y aborrece la justicia, y ésta era la
causa de su hostilidad hacia Jesús. Todos los que rechazan su amor
infinito hallarán en el cristianismo un elemento perturbador. La
luz de Cristo disipa las tinieblas que cubren sus pecados, y les
manifiesta la necesidad de una reforma. Mientras los que se entregan
a la influencia del Espíritu Santo empiezan a guerrear contra sí
mismos, los que se aferran al pecado combaten la verdad y a sus
representantes.
Así se crea disensión, y los seguidores de Cristo son acusados de
perturbar a la gente. Pero es la comunión con Dios lo que les trae la
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enemistad del mundo. Ellos llevan el oprobio de Cristo, andan por
la senda en que anduvieron los más nobles de la tierra. Deben, pues,
arrostrar la persecución, no con tristeza, sino con regocijo. Cada
prueba de fuego es un agente que Dios usa para refinarlos. Cada
una de ellas los prepara para su obra de colaboradores suyos. Cada
conflicto tiene su lugar en la gran batalla por la justicia, y aumentará
el gozo de su triunfo final. Teniendo esto en vista, la prueba de su
fe y paciencia será alegremente aceptada más bien que temida y
evitada. Ansiosos de cumplir su obligación para con el mundo y
fijando su deseo en la aprobación de Dios, sus siervos han de cumplir
cada deber, sin tener en cuenta el temor o el favor de los hombres.