Página 283 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

El centurión
279
Jesús se puso inmediatamente en camino hacia la casa del oficial;
[283]
pero, asediado por la multitud, avanzaba lentamente. Las nuevas de
su llegada le precedieron, y el centurión, desconfiando de sí mismo,
le envió este mensaje: “Señor, no te incomodes, que no soy digno
que entres debajo de mi tejado.” Pero el Salvador siguió andando, y
el centurión, atreviéndose por fin a acercársele, completó su mensaje
diciendo: “Ni aun me tuve por digno de venir a ti; mas di la palabra,
y mi siervo será sano. Porque también yo soy hombre puesto en
potestad, que tengo debajo de mí soldados; y digo a éste: Ve, y
va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.”
Como represento el poder de Roma y mis soldados reconocen mi
autoridad como suprema, así tú representas el poder del Dios infinito
y todas las cosas creadas obedecen tu palabra. Puedes ordenar a
la enfermedad que se aleje, y te obedecerá. Puedes llamar a tus
mensajeros celestiales, y ellos impartirán virtud sanadora. Pronuncia
tan sólo la palabra, y mi siervo sanará.
“Lo cual oyendo Jesús, se maravilló de él, y vuelto, dijo a las
gentes que le seguían: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta
fe.” Y al centurión le dijo: “Como creíste te sea hecho. Y su mozo
fué sano en el mismo momento.”
Los ancianos judíos que recomendaron el centurión a Cristo ha-
bían demostrado cuánto distaban de poseer el espíritu del Evangelio.
No reconocían que nuestra gran necesidad es lo único que nos da
derecho a la misericordia de Dios. En su propia justicia, alababan al
centurión por los favores que había manifestado a “nuestra nación.”
Pero el centurión dijo de sí mismo: “No soy digno.” Su corazón
había sido conmovido por la gracia de Cristo. Veía su propia indig-
nidad; pero no temió pedir ayuda. No confiaba en su propia bondad;
su argumento era su gran necesidad. Su fe echó mano de Cristo
en su verdadero carácter. No creyó en él meramente como en un
taumaturgo, sino como en el Amigo y Salvador de la humanidad.
Así es como cada pecador puede venir a Cristo. “No por obras
de justicia que nosotros habíamos hecho, mas por su misericordia
nos salvó.
Cuando Satanás nos dice que somos pecadores y que
no podemos esperar recibir la bendición de Dios, digámosle que
Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores. No tenemos nada
que nos recomiende a Dios; pero la súplica que podemos presentar
[284]
ahora y siempre es la que se basa en nuestra falta absoluta de fuerza,