¿Quiénes son mis hermanos?
285
Espíritu y declaran que es de Satanás, cortan el conducto por el cual
Dios puede comunicarse con ellos. Cuando se rechaza finalmente al
Espíritu, no hay más nada que Dios pueda hacer para el alma.
Los fariseos a quienes Jesús dirigió esta amonestación no creían
la acusación que presentaban contra él. No había uno solo de aque-
llos dignatarios que no se sintiese atraído hacia el Salvador. Habían
oído en su propio corazón la voz del Espíritu que le declaraba el
Ungido de Israel y los instaba a confesarse sus discípulos. A la luz
de su presencia, habían comprendido su falta de santidad y habían
anhelado una justicia que ellos no podían crear. Pero después de
rechazarle, habría sido demasiado humillante recibirle como Me-
sías. Habiendo puesto los pies en la senda de la incredulidad, eran
demasiado orgullosos para confesar su error. Y para no tener que
confesar la verdad, procuraban con violencia desesperada rebatir la
enseñanza del Salvador. La evidencia de su poder y misericordia los
exasperaba. No podían impedir que el Salvador realizase milagros,
no podían acallar su enseñanza; pero hacían cuanto estaba a su al-
cance para representarle mal y falsificar sus palabras. Sin embargo,
el convincente Espíritu de Dios los seguía, y tenían que crear muchas
barreras para resistir su poder. El agente más poderoso que pueda
ponerse en juego en el corazón humano estaba contendiendo con
ellos, pero no querían ceder.
No es Dios quien ciega los ojos de los hombres y endurece su
corazón. El les manda luz para corregir sus errores, y conducirlos
por sendas seguras; es por el rechazamiento de esta luz como los
ojos se ciegan y el corazón se endurece. Con frecuencia, esto se
realiza gradual y casi imperceptiblemente. Viene luz al alma por la
Palabra de Dios, por sus siervos, o por la intervención directa de su
Espíritu; pero cuando un rayo de luz es despreciado, se produce un
embotamiento parcial de las percepciones espirituales, y se discierne
menos claramente la segunda revelación de la luz. Así aumentan las
tinieblas, hasta que anochece en el alma. Así había sucedido con
estos dirigentes judíos. Estaban convencidos de que un poder divino
acompañaba a Cristo, pero a fin de resistir a la verdad, atribuyeron
la obra del Espíritu Santo a Satanás. Al hacer esto, prefirieron deli-
[290]
beradamente el engaño; se entregaron a Satanás, y desde entonces
fueron dominados por su poder.