¿Quiénes son mis hermanos?
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permanecían en su amor. No se entregaban a Dios cada día para
que Cristo morase en su corazón y cuando volvía el mal espíritu,
con “otros siete espíritus peores que él,” quedaban completamente
dominados por el mal.
Cuando el alma se entrega a Cristo, un nuevo poder se posesiona
del nuevo corazón. Se realiza un cambio que ningún hombre puede
realizar por su cuenta. Es una obra sobrenatural, que introduce un
elemento sobrenatural en la naturaleza humana. El alma que se en-
trega a Cristo, llega a ser una fortaleza suya, que él sostiene en un
mundo en rebelión, y no quiere que otra autoridad sea conocida en
ella sino la suya. Un alma así guardada en posesión por los agentes
celestiales es inexpugnable para los asaltos de Satanás. Pero a me-
nos que nos entreguemos al dominio de Cristo, seremos dominados
por el maligno. Debemos estar inevitablemente bajo el dominio del
uno o del otro de los dos grandes poderes que están contendiendo
por la supremacía del mundo. No es necesario que elijamos delibe-
radamente el servicio del reino de las tinieblas para pasar bajo su
dominio. Basta que descuidemos de aliarnos con el reino de la luz.
Si no cooperamos con los agentes celestiales, Satanás se posesionará
de nuestro corazón, y hará de él su morada. La única defensa contra
el mal consiste en que Cristo more en el corazón por la fe en su
justicia. A menos que estemos vitalmente relacionados con Dios, no
podremos resistir los efectos profanos del amor propio, de la com-
placencia propia y de la tentación a pecar. Podemos dejar muchas
malas costumbres y momentáneamente separarnos de Satanás; pero
sin una relación vital con Dios por nuestra entrega a él momento
tras momento, seremos vencidos. Sin un conocimiento personal de
Cristo y una continua comunión, estamos a la merced del enemigo,
y al fin haremos lo que nos ordene.
“Son peores las cosas últimas del tal hombre que las primeras:
así también—dijo Jesús—acontecerá a esta generación mala.” Nadie
se endurece tanto como aquellos que han despreciado la invitación
de la misericordia y mostrado aversión al Espíritu de gracia. La ma-
nifestación más común del pecado contra el Espíritu Santo consiste
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en despreciar persistentemente la invitación del Cielo a arrepentirse.
Cada paso dado hacia el rechazamiento de Cristo, es un paso hacia
el rechazamiento de la salvación y hacia el pecado contra el Espíritu
Santo.