Página 293 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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¿Quiénes son mis hermanos?
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desagradables que sus palabras despertaban. Pensaban que estaba
loco al pretender que tenía autoridad divina, y al presentarse ante
los rabinos como reprensor de sus pecados. Sabían que los fariseos
estaban buscando ocasiones de acusarle, y les parecía que ya les
había dado bastantes.
Con su medida corta, no podían sondear la misión que había
venido a cumplir, y por lo tanto no podían simpatizar con él en sus
pruebas. Sus palabras groseras y carentes de aprecio demostraban
que no tenían verdadera percepción de su carácter, y que no dis-
cernían cómo lo divino se fusionaba con lo humano. Le veían con
frecuencia lleno de pesar; pero en vez de consolarle, el espíritu que
manifestaban y las palabras que pronunciaban no hacían sino herir
su corazón. Su naturaleza sensible era torturada, sus motivos mal
comprendidos, su obra mal entendida.
Con frecuencia sus hermanos presentaban la filosofía de los fari-
seos, antiquísima y gastada, y afectaban creer que podían enseñar
a Aquel que comprendía toda la verdad y todos los misterios. Con-
denaban libremente lo que no podían comprender. Sus reproches le
herían en lo vivo y angustiaban su alma. Profesaban tener fe en Dios
y creían justificarle, cuando Dios estaba con ellos en la carne y no le
conocían.
Estas cosas hacían muy espinosa la senda de Jesús. Tanto se
condolía Cristo de la incomprensión que había en su propio hogar,
que le era un alivio ir adonde ella no reinaba. Había un hogar que
le agradaba visitar: la casa de Lázaro, María y Marta; porque en la
atmósfera de fe y amor, su espíritu hallaba descanso. Sin embargo,
no había en la tierra nadie que pudiese comprender su misión divina
ni conocer la carga que llevaba en favor de la humanidad. Con
frecuencia podía hallar descanso únicamente estando a solas y en
comunión con su Padre celestial.
Los que están llamados a sufrir por causa de Cristo, que tienen
que soportar incomprensión y desconfianza aun en su propia casa,
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pueden hallar consuelo en el pensamiento de que Jesús soportó lo
mismo. Se compadece de ellos. Los invita a hallar compañerismo
en él, y alivio donde él lo halló: en la comunión con el Padre.
Los que aceptan a Cristo como su Salvador personal no son
dejados huérfanos, para sobrellevar solos las pruebas de la vida. El
los recibe como miembros de la familia celestial, los invita a llamar