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El Deseado de Todas las Gentes
a su Padre, Padre de ellos también. Son sus “pequeñitos,” caros al
corazón de Dios, vinculados con él por los vínculos más tiernos
y permanentes. Tiene para con ellos una ternura muy grande, que
supera la que nuestros padres o mades han sentido hacia nosotros en
nuestra incapacidad como lo divino supera a lo humano.
En las leyes dadas a Israel, hay una hermosa ilustración de la
relación de Cristo con su pueblo. Cuando por la pobreza un hebreo
había quedado obligado a separarse de su patrimonio y a venderse
como esclavo, el deber de redimirle a él y su herencia recaía sobre el
pariente más cercano
Así también la obra de redimirnos a nosotros
y nuestra herencia, perdida por el pecado, recayó sobre Aquel que era
pariente cercano nuestro. Y a fin de redimirnos, él se hizo pariente
nuestro. Más cercano que el padre, la madre, el hermano, el amigo
o el amante, es el Señor nuestro Salvador. “No temas—dice él,—
porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Porque en mis
ojos fuiste de grande estima, fuiste honorable, y yo te amé: daré pues
hombres por ti, y naciones por tu alma.
Cristo ama a los seres celestiales que rodean su trono; pero ¿qué
explicará el gran amor con que nos amó a nosotros? No lo podemos
comprender, pero en nuestra propia experiencia podemos saber que
existe en verdad. Y si sostenemos un vínculo de parentesco con
él, ¡con qué ternura debemos considerar a los que son hermanos
y hermanas de nuestro Señor! ¿No debiéramos estar listos para
reconocer los derechos de nuestra relación divina? Adoptados en
la familia de Dios, ¿no honraremos a nuestro Padre y a nuestra
parentela?
[295]
Mateo 9:34
.
Véase
Levítico 25:25, 47-49
;
Rut 2:20
.
Isaías 43:1, 4
.