“Calla, enmudece”
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paz. Su temor en el tiempo de peligro reveló su incredulidad. En sus
esfuerzos por salvarse a sí mismos, se olvidaron de Jesús; y única-
mente cuando desesperando de lo que podían hacer, se volvieron a
él, pudo ayudarles.
¡Cuán a menudo experimentamos nosotros lo que experimen-
taron los discípulos! Cuando las tempestades de la tentación nos
rodean y fulguran los fieros rayos y las olas nos cubren, batallamos
solos con la tempestad, olvidándonos de que hay Uno que puede
ayudarnos. Confiamos en nuestra propia fuerza hasta que perde-
mos nuestra esperanza y estamos a punto de perecer. Entonces nos
acordamos de Jesús, y si clamamos a él para que nos salve, no clama-
remos en vano. Aunque él con tristeza reprende nuestra incredulidad
y confianza propia, nunca deja de darnos la ayuda que necesitamos.
En la tierra o en el mar, si tenemos al Salvador en nuestro corazón,
no necesitamos temer. La fe viva en el Redentor serenará el mar de
la vida y de la manera que él reconoce como la mejor nos librará del
peligro.
Este milagro de calmar la tempestad encierra otra lección es-
piritual. La vida de cada hombre testifica acerca de la verdad de
las palabras de la Escritura: “Los impíos son como la mar en tem-
pestad, que no puede estarse quieta.... No hay paz, dijo mi Dios,
para los impíos.
El pecado ha destruído nuestra paz. Mientras el
yo no está subyugado, no podemos hallar descanso. Las pasiones
predominantes en el corazón no pueden ser regidas por facultad
humana alguna. Somos tan impotentes en esto como los discípulos
para calmar la rugiente tempestad. Pero el que calmó las olas de
Galilea ha pronunciado la palabra que puede impartir paz a cada
alma. Por fiera que sea la tempestad, los que claman a Jesús: “Señor,
sálvanos” hallarán liberación. Su gracia, que reconcilia al alma con
Dios, calma las contiendas de las pasiones humanas, y en su amor el
corazón descansa. “Hace parar la tempestad en sosiego, y se apaci-
guan sus ondas. Alégranse luego porque se reposaron; y él los guía
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al puerto que deseaban.
“Justificados pues por la fe, tenemos paz
para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” “Y el efecto
de la justicia será paz; y la labor de justicia, reposo y seguridad para
siempre.
Por la mañana temprano, el Salvador y sus compañeros llegaron
a la orilla, y la luz del sol naciente se esparcía sobre el mar y la tierra