“Calla, enmudece”
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de inteligencia. Sus rostros, durante tanto tiempo deformados a
la imagen de Satanás, se volvieron repentinamente benignos. Se
aquietaron las manos manchadas de sangre, y con alegres voces los
hombres alabaron a Dios por su liberación.
Desde el acantilado, los cuidadores de los cerdos habían visto
todo lo que había sucedido, y se apresuraron a ir a publicar las nuevas
a sus amos y a toda la gente. Llena de temor y asombro, la población
acudió al encuentro de Jesús. Los dos endemoniados habían sido
el terror de toda la región. Para nadie era seguro pasar por donde
ellos se hallaban, porque se abalanzaban sobre cada viajero con
furia demoníaca. Ahora estos hombres estaban vestidos y en su
sano juicio, sentados a los pies de Jesús, escuchando sus palabras y
glorificando el nombre de Aquel que los había sanado. Pero la gente
que contemplaba esta maravillosa escena no se regocijó. La pérdida
de los cerdos le parecía de mayor importancia que la liberación de
estos cautivos de Satanás.
Sin embargo, esta pérdida había sido permitida por misericor-
dia hacia los dueños de los cerdos. Estaban absortos en las cosas
terrenales y no se preocupaban por los grandes intereses de la vida
espiritual. Jesús deseaba quebrantar el hechizo de la indiferencia
egoísta, a fin de que pudiesen aceptar su gracia. Pero el pesar y la
indignación por su pérdida temporal cegaron sus ojos con respecto a
la misericordia del Salvador.
La manifestación del poder sobrenatural despertó las supersti-
ciones de la gente y excitó sus temores. Si este forastero quedaba
entre ellos, podían seguir mayores calamidades. Ellos temían la rui-
na financiera, y resolvieron librarse de su presencia. Los que habían
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cruzado el lago con Jesús hablaron de todo lo que había sucedido
la noche anterior; del peligro que habían corrido en la tempestad, y
de cómo el viento y el mar habían sido calmados. Pero sus palabras
quedaron sin efecto. Con terror la gente se agolpó alrededor de Je-
sús rogándole que se apartase de ella, y él accediendo se embarcó
inmediatamente para la orilla opuesta.
Los habitantes de Gádara tenían delante de sí la evidencia viva
del poder y la misericordia de Cristo. Veían a los hombres a quienes
él había devuelto la razón; pero tanto temían poner en peligro sus
intereses terrenales, que trataron como a un intruso a Aquel que había
vencido al príncipe de las tinieblas delante de sus ojos, y desviaron