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El Deseado de Todas las Gentes
de sus puertas el Don del cielo. No tenemos como los gadarenos
oportunidad de apartarnos de la persona de Cristo; y sin embargo,
son muchos los que se niegan a obedecer su palabra, porque la
obediencia entrañaría el sacrificio de algún interés mundanal. Por
temor a que su presencia les cause pérdidas pecuniarias, muchos
rechazan su gracia y ahuyentan de sí a su Espíritu.
Pero el sentimiento de los endemoniados curados era muy dife-
rente. Ellos deseaban la compañía de su libertador. Con él, se sentían
seguros de los demonios que habían atormentado su vida y agostado
su virilidad. Cuando Jesús estaba por subir al barco, se mantuvieron
a su lado, y arrodillándose le rogaron que los guardase cerca de
él, donde pudiesen escuchar siempre sus palabras. Pero Jesús les
recomendó que se fuesen a sus casas y contaran cuán grandes cosas
el Señor había hecho por ellos.
En esto tenían una obra que hacer: ir a un hogar pagano, y ha-
blar de la bendición que habían recibido de Jesús. Era duro para
ellos separarse del Salvador. Les iban a asediar seguramente grandes
dificultades en su trato con sus compatriotas paganos. Y su largo
aislamiento de la sociedad parecía haberlos descalificado para la
obra que él había indicado. Pero tan pronto como Jesús les señaló
su deber, estuvieron listos para obedecer. No sólo hablaron de Je-
sús a sus familias y vecinos, sino que fueron por toda Decápolis,
declarando por doquiera su poder salvador, y describiendo cómo los
había librado de los demonios. Al hacer esta obra, podían recibir
una bendición mayor que si, con el único fin de beneficiarse a sí
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mismos, hubieran permanecido en su presencia. Es trabajando en la
difusión de las buenas nuevas de la salvación, como somos acercados
al Salvador.
Los dos endemoniados curados fueron los primeros misione-
ros a quienes Cristo envió a predicar el Evangelio en la región de
Decápolis. Durante tan sólo algunos momentos habían tenido esos
hombres oportunidad de oír las enseñanzas de Cristo. Sus oídos no
habían percibido un solo sermón de sus labios. No podían instruir
a la gente como los discípulos que habían estado diariamente con
Jesús. Pero llevaban en su persona la evidencia de que Jesús era el
Mesías. Podían contar lo que sabían; lo que ellos mismos habían
visto y oído y sentido del poder de Cristo. Esto es lo que puede hacer
cada uno cuyo corazón ha sido conmovido por la gracia de Dios.