Los primeros evangelistas
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El siervo no es superior a su señor. El Príncipe del cielo fué
llamado Belcebú, y de la misma manera sus discípulos serán calum-
niados. Pero cualquiera que sea el peligro, los que siguen a Cristo
deben confesar sus principios. Deben despreciar el ocultamiento.
No pueden dejar de darse a conocer hasta que estén seguros de que
pueden confesar la verdad sin riesgo. Son puestos como centinelas,
para advertir a los hombres de su peligro. La verdad recibida de
Cristo debe ser impartida a todos, libre y abiertamente. Jesús dijo:
“Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído
predicadlo desde los terrados.”
Jesús mismo nunca compró la paz por la transigencia. Su cora-
zón rebosaba de amor por toda la familia humana, pero nunca fué
indulgente con sus pecados. Amaba demasiado a los seres humanos
para guardar silencio mientras éstos seguían una conducta funesta
para sus almas, las almas que él había comprado con su propia san-
gre. El trabajaba para que el hombre fuese fiel a sí mismo, fiel a su
más elevado y eterno interés. Los siervos de Cristo son llamados
a hacer la misma obra, y deben velar, no sea que al tratar de evitar
la discordia, traicionen la verdad. Han de seguir “lo que hace a la
paz,
pero la verdadera paz no puede obtenerse traicionando los
buenos principios. Y ningún hombre puede ser fiel a estos principios
sin excitar oposición. Un cristianismo espiritual recibirá la oposición
de los hijos de la desobediencia. Pero Jesús dijo a sus discípulos:
“No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar.”
Los que son fieles a Dios no necesitan temer el poder de los hombres
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ni la enemistad de Satanás. En Cristo está segura su vida eterna. Lo
único que han de temer es traicionar la verdad, y así el cometido con
que Dios los honró.
Es obra de Satanás llenar los corazones humanos de duda. Los
induce a mirar a Dios como un Juez severo. Los tienta a pecar,
y luego a considerarse demasiado viles para acercarse a su Padre
celestial o para despertar su compasión. El Señor comprende todo
esto. Jesús asegura a sus discípulos la simpatía de Dios hacia ellos
en sus necesidades y debilidades. No se exhala un suspiro, no se
siente un dolor, ni ningún agravio atormenta el alma, sin que haga
también palpitar el corazón del Padre.
La Biblia nos muestra a Dios en un lugar alto y santo, no en
un estado de inactividad, ni en silencio y soledad, sino rodeado por