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El Deseado de Todas las Gentes
diez mil veces diez millares y millares de millares de seres santos,
todos dispuestos a hacer su voluntad. Por conductos que no podemos
discernir está en activa comunicación con cada parte de su dominio.
Pero es en el grano de arena de este mundo, en las almas por cuya
salvación dió a su Hijo unigénito, donde su interés y el interés de
todo el cielo se concentran. Dios se inclina desde su trono para
oír el clamor de los oprimidos. A toda oración sincera, él contesta:
“Aquí estoy.” Levanta al angustiado y pisoteado. En todas nuestras
aflicciones, él es afligido. En cada tentación y prueba, el ángel de su
presencia está cerca de nosotros para librarnos.
Ni siquiera un gorrión cae al suelo sin que lo note el Padre. El
odio de Satanás contra Dios le induce a odiar todo objeto del cuidado
del Salvador. Trata de arruinar la obra de Dios y se deleita en destruir
aun a los animales. Es únicamente por el cuidado protector de Dios
cómo los pájaros son conservados para alegrarnos con sus cantos de
gozo. Pero él no se olvida ni aun de los pájaros. “Así que, no temáis:
más valéis vosotros que muchos pajarillos.”
Y Jesús continúa: Así como me confesasteis delante de los hom-
bres, os confesaré delante de Dios y de los santos ángeles. Habéis de
ser mis testigos en la tierra, conductos por los cuales pueda fluir mi
gracia para sanar al mundo. Así también seré vuestro representante
en el cielo. El Padre no considera vuestro carácter deficiente, sino
que os ve revestidos de mi perfección. Soy el medio por el cual
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os llegarán las bendiciones del Cielo. Todo aquel que me confiesa
participando de mi sacrificio por los perdidos, será confesado como
participante en la gloria y en el gozo de los redimidos.
El que quiera confesar a Cristo debe tener a Cristo en sí. No
puede comunicar lo que no recibió. Los discípulos podían hablar
fácilmente de las doctrinas, podían repetir las palabras de Cristo
mismo; pero a menos que poseyeran una mansedumbre y un amor
como los de Cristo, no le estaban confesando. Un espíritu contrario
al espíritu de Cristo le negaría, cualquiera que fuese la profesión
de fe. Los hombres pueden negar a Cristo calumniando, hablando
insensatamente y profiriendo palabras falsas o hirientes. Pueden
negarle rehuyendo las cargas de la vida, persiguiendo el placer pe-
caminoso. Pueden negarle conformándose con el mundo, siguiendo
una conducta descortés, amando sus propias opiniones, justificando
al yo, albergando dudas, buscando dificultades y morando en tinie-