Página 349 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La crisis en Galilea
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menudo que cuando viniese el Mesías, todo Israel sería alimentado.
La enseñanza de los profetas aclaraba la profunda lección espiritual
del milagro de los panes. Cristo trató de presentar esta lección a sus
oyentes en la sinagoga. Si ellos hubiesen comprendido las Escrituras,
habrían entendido sus palabras cuando dijo: “Yoy soy el pan de vida.”
Tan sólo el día antes, la gran multitud, hambrienta y cansada, había
sido alimentada por el pan que él había dado. Así como de ese pan
habían recibido fuerza física y refrigerio, podían recibir de Cristo
fuerza espiritual para obtener la vida eterna. “El que a mí viene—
dijo,—nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed
jamás.” Pero añadió: “Mas os he dicho, que aunque me habéis visto,
no creéis.”
Habían visto a Cristo por el testimonio del Espíritu Santo, por
la revelación de Dios a sus almas. Las evidencias vivas de su poder
habían estado delante de ellos día tras día, y, sin embargo, pedían
otra señal. Si ésta les hubiese sido dada, habrían permanecido tan
incrédulos como antes. Si no quedaban convencidos por lo que
habían visto y oído, era inútil mostrarles más obras maravillosas. La
incredulidad hallará siempre disculpas para dudar, y destruirá por
sus raciocinios las pruebas más positivas.
Cristo volvió a apelar a estos corazones obcecados. “Al que a
mí viene, no le echo fuera.” Todos los que le recibieran por la fe,
dijo él, tendrían vida eterna. Ninguno se perdería. No era necesario
que los fariseos y saduceos disputasen acerca de la vida futura. Ya
no necesitaban los hombres llorar desesperadamente a sus muertos.
“Esta es la voluntad del que me envió, del Padre: Que todo aquel
que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna: y yo le resucitaré en
el día postrero.”
Pero los dirigentes del pueblo se ofendieron, “y decían: ¿No es
éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos?
¿cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido?” Refiriéndose con
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escarnio al origen humilde de Jesús, procuraron despertar prejuicios.
Aludieron despectivamente a su vida como trabajador galileo, y
a su familia pobre y humilde. Los asertos de este carpintero sin
educación, dijeron, eran indignos de su atención. Y a causa de su
nacimiento misterioso, insinuaron que era de parentesco dudoso,
presentaron así las circunstancias humanas de su nacimiento como
una mancha sobre su historia.