Página 350 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Jesús no intentó explicar el misterio de su nacimiento. No con-
testó las preguntas relativas a su descenso del cielo, como no había
contestado las preguntas acerca de cómo había cruzado el mar. No
llamó la atención a los milagros que señalaban su vida. Voluntaria-
mente se había hecho humilde, sin reputación, tomando forma de
siervo. Pero sus palabras y obras revelaban su carácter. Todos aque-
llos cuyo corazón estaba abierto a la iluminación divina reconocerían
en él al “unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
El prejuicio de los fariseos era más hondo de lo que sus preguntas
indicaban; tenía su raíz en la perversidad de su corazón. Cada palabra
y acto de Jesús despertaba en ellos antagonismo; porque el espíritu
que ellos albergaban no podía hallar respuesta en él.
“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere;
y yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas:
Y serán todos enseñados de Dios. Así que, todo aquel que oyó del
Padre, y aprendió, viene a mí.” Nadie vendrá jamás a Cristo, salvo
aquellos que respondan a la atracción del amor del Padre. Pero Dios
está atrayendo todos los corazones a él, y únicamente aquellos que
resisten a su atracción se negarán a venir a Cristo.
En las palabras, “serán todos enseñados de Dios,” Jesús se refirió
a la profecía de Isaías: “Y todos tus hijos serán enseñados de Jehová;
y multiplicará la paz de tus hijos.
Este pasaje se lo apropiaban los
judíos. Se jactaban de que Dios era su maestro. Pero Jesús demostró
cuán vano era este aserto; porque dijo: “Todo aquel que oyó del
Padre, y aprendió, viene a mí.” Únicamente por Cristo podían ellos
recibir un conocimiento del Padre. La humanidad no podía soportar
la visión de su gloria. Los que habían aprendido de Dios habían
estado escuchando la voz del Hijo, y en Jesús de Nazaret iban a
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reconocer a Aquel a quien el Padre había declarado por la naturaleza
y la revelación.
“De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.”
Por medio del amado Juan, que escuchó estas palabras, el Espíritu
Santo declaró a las iglesias: “Y este es el testimonio: Que Dios
nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene
al Hijo, tiene la vida.
Y Jesús dijo: “Yo le resucitaré en el día
postrero.” Cristo se hizo carne con nosotros, a fin de que pudiésemos
ser espíritu con él. En virtud de esta unión hemos de salir de la
tumba, no simplemente como manifestación del poder de Cristo,