Página 351 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La crisis en Galilea
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sino porque, por la fe, su vida ha llegado a ser nuestra. Los que ven
a Cristo en su verdadero carácter, y le reciben en el corazón, tienen
vida eterna. Por el Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el
Espíritu de Dios, recibido en el corazón por la fe, es el principio de
la vida eterna.
Al hablar con Cristo, la gente se había referido al maná que sus
padres comieron en el desierto, como si al suministrar este alimen-
to se hubiese realizado un milagro mayor que el que Jesús había
hecho; pero él les demuestra cuán débil era este don comparado
con las bendiciones que él había venido a otorgar. El maná podía
sostener solamente esta existencia terrenal; no impedía la llegada
de la muerte, ni aseguraba la inmortalidad; mientras que el pan del
cielo alimentaría el alma para la vida eterna. El Salvador dijo: “Yo
soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto,
y son muertos. Este es el pan que desciende del cielo, para que el
que de él comiere, no muera. Yo soy el pan vivo que he descendido
del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre.” Cristo
añadió luego otra figura a ésta. Únicamente muriendo podía impartir
vida a los hombres, y en las palabras que siguen señala su muerte
como el medio de salvación. Dice: “El pan que yo daré es mi carne,
la cual yo daré por la vida del mundo.”
Los judíos estaban por celebrar la Pascua en Jerusalén, en con-
memoración de la noche en que Israel había sido librado, cuando el
ángel destructor hirió los hogares de Egipto. En el cordero pascual,
Dios deseaba que ellos viesen el Cordero de Dios, y que por este
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símbolo recibiesen a Aquel que se daba a sí mismo para la vida del
mundo. Pero los judíos habían llegado a dar toda la importancia al
símbolo, mientras que pasaban por alto su significado. No discernían
el cuerpo del Señor. La misma verdad que estaba simbolizada en la
ceremonia pascual, estaba enseñada en las palabras de Cristo. Pero
no la discernían tampoco.
Entonces los rabinos exclamaron airadamente: “¿Cómo puede
éste darnos su carne a comer?” Afectaron comprender sus pala-
bras en el mismo sentido literal que Nicodemo cuando preguntó:
“¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo?
Hasta cierto punto
comprendían lo que Jesús quería decir, pero no querían reconocerlo.
Torciendo sus palabras, esperaban crear prejuicios contra él en la
gente.