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El Deseado de Todas las Gentes
Cristo no suavizó su representación simbólica. Reiteró la verdad
con lenguaje aun más fuerte: “De cierto, de cierto os digo: Si no
comiereis la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no
tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él.”
Comer la carne y beber la sangre de Cristo es recibirle como
Salvador personal, creyendo que perdona nuestros pecados, y que
somos completos en él. Contemplando su amor, y espaciándonos en
él, absorbiéndolo, es como llegamos a participar de su naturaleza. Lo
que es el alimento para el cuerpo, debe serlo Cristo para el alma. El
alimento no puede beneficiarnos a menos que lo comamos; a menos
que llegue a ser parte de nuestro ser. Así también Cristo no tiene
valor para nosotros si no le conocemos como Salvador personal. Un
conocimiento teórico no nos beneficiará. Debemos alimentarnos de
él, recibirle en el corazón, de tal manera que su vida llegue a ser
nuestra vida. Debemos asimilarnos su amor y su gracia.
Pero aun estas figuras no alcanzan a presentar el privilegio que
es para el creyente la relación con Cristo. Jesús dijo: “Como me
envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me
come, él también vivirá por mí.” Como el Hijo de Dios vivía por
la fe en el Padre, hemos de vivir nosotros por la fe en Cristo. Tan
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plenamente estaba Jesús entregado a la voluntad de Dios que sólo el
Padre aparecía en su vida. Aunque tentado en todos los puntos como
nosotros, se destacó ante el mundo sin llevar mancha alguna del mal
que le rodeaba. Así también hemos de vencer nosotros como Cristo
venció.
¿Somos seguidores de Cristo? Entonces todo lo que está escrito
acerca de la vida espiritual, está escrito para nosotros, y podemos
alcanzarlo uniéndonos a Jesús. ¿Languidece nuestro celo? ¿Se ha
enfriado nuestro primer amor? Aceptemos otra vez el amor que
nos ofrece Cristo. Comamos de su carne, bebamos de su sangre, y
llegaremos a ser uno con el Padre y con el Hijo.
Los judíos incrédulos se negaron a ver otra cosa sino el sentido
más literal de las palabras del Salvador. Por la ley ritual se les
prohibía probar la sangre, y ahora torcieron el lenguaje de Cristo
hasta hacerlo parecer sacrílego, y disputaban entre sí acerca de él.