La crisis en Galilea
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Muchos, aun entre los discípulos dijeron: “Dura es esta palabra:
¿quién la puede oír?”
El Salvador les contestó: “¿Esto os escandaliza? ¿Pues qué,
si viereis al Hijo del hombre que sube donde estaba primero? El
espíritu es el que da vida; la carne nada aprovecha: las palabras que
yo os he hablado, son espíritu, y son vida.”
La vida de Cristo, que da vida al mundo, está en su palabra. Fué
por su palabra como Jesús sanó la enfermedad y echó los demonios;
por su palabra calmó el mar y resucitó los muertos; y la gente dió
testimonio de que su palabra era con autoridad. El hablaba la palabra
de Dios, como había hablado por medio de todos los profetas y los
maestros del Antiguo Testamento. Toda la Biblia es una manifes-
tación de Cristo, y el Salvador deseaba fijar la fe de sus seguidores
en la Palabra. Cuando su presencia visible se hubiese retirado, la
Palabra sería fuente de poder para ellos. Como su Maestro, habían
de vivir “con toda palabra que sale de la boca de Dios.
Así como nuestra vida física es sostenida por el alimento, nuestra
vida espiritual es sostenida por la palabra de Dios. Y cada alma ha
de recibir vida de la Palabra de Dios para sí. Como debemos comer
por nosotros mismos a fin de recibir alimento, así hemos de recibir la
Palabra por nosotros mismos. No hemos de obtenerla simplemente
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por medio de otra mente, Debemos estudiar cuidadosamente la Bi-
blia, pidiendo a Dios la ayuda del Espíritu Santo a fin de comprender
su Palabra, Debemos tomar un versículo, y concentrar el intelecto en
la tarea de discernir el pensamiento que Dios puso en ese versículo
para nosotros. Debemos espaciarnos en el pensamiento hasta que
venga a ser nuestro y sepamos “lo que dice Jehová.”
En sus promesas y amonestaciones, Jesús se dirige a mí. Dios
amó de tal manera al mundo, que dió a su Hijo unigénito, para que,
creyendo en él,
yo
no perezca, sino tenga vida eterna. Lo experi-
mentado según se relata en la Palabra de Dios ha de ser lo que yo
experimente. La oración y la promesa, el precepto y la amonestación,
son para mí. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya
yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo
en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo
por mí.
A medida que la fe recibe y se asimila así los principios
de la verdad, vienen a ser parte del ser y la fuerza motriz de la vida.