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El Deseado de Todas las Gentes
La Palabra de Dios, recibida en el alma, amolda los pensamientos y
entra en el desarrollo del carácter.
Mirando constantemente a Jesús con el ojo de la fe, seremos
fortalecidos. Dios hará las revelaciones más preciosas a sus hijos
hambrientos y sedientos. Hallarán que Cristo es un Salvador per-
sonal. A medida que se alimenten de su Palabra, hallarán que es
espíritu y vida. La Palabra destruye la naturaleza terrenal y natural
e imparte nueva vida en Cristo Jesús. El Espíritu Santo viene al
alma como Consolador. Por el factor transformador de su gracia, la
imagen de Dios se reproduce en el discípulo; viene a ser una nueva
criatura. El amor reemplaza al odio y el corazón recibe la semejanza
divina. Esto es lo que quiere decir vivir de “toda palabra que sale de
la boca de Dios.” Esto es comer el Pan que descendió del cielo.
Cristo había pronunciado una verdad sagrada y eterna acerca de
la relación entre él y sus seguidores. El conocía el carácter de los
que aseveraban ser discípulos suyos, y sus palabras probaron su fe.
Declaró que habían de creer y obrar según su enseñanza. Todos los
que le recibían debían participar de su naturaleza y ser conformados
según su carácter. Esto entrañaba renunciar a sus ambiciones más
caras. Requería la completa entrega de sí mismos a Jesús. Eran
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llamados a ser abnegados, mansos y humildes de corazón. Debían
andar en la senda estrecha recorrida por el Hombre del Calvario, si
querían participar en el don de la vida y la gloria del cielo.
La prueba era demasiado grande. El entusiasmo de aquellos que
habían procurado tomarle por fuerza y hacerle rey se enfrió. Este
discurso pronunciado en la sinagoga—declararon,—les había abierto
los ojos. Ahora estaban desengañados. Para ellos, las palabras de él
eran una confesión directa de que no era el Mesías, y de que no se
habían de obtener recompensas terrenales por estar en relación con
él. Habían dado la bienvenida a su poder de obrar milagros; estaban
ávidos de verse libres de la enfermedad y el sufrimiento; pero no
podían simpatizar con su vida de sacrificio propio. No les interesaba
el misterioso reino espiritual del cual les hablaba. Los que no eran
sinceros, los egoístas, que le habían buscado, no le deseaban más. Si
no quería consagrar su poder e influencia a obtener su libertad de
los romanos, no querían tener nada que ver con él.
Jesús les dijo claramente: “Hay algunos de vosotros que no
creen;” y añadió: “Por eso os he dicho que ninguno puede venir a