Página 35 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Un salvador os es nacido
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al cielo, los pastores dijeron los unos a los otros: Pasemos pues hasta
Bethlehem, y veamos esto que ha sucedido, que el Señor nos ha
manifestado. Y vinieron apriesa, y hallaron a María, y a José, y al
niño acostado en el pesebre.”
Con gran gozo salieron y dieron a conocer cuanto habían visto y
oído. “Y todos los que oyeron, se maravillaban de lo que los pastores
les decían. Mas María guardaba todas estas cosas, confiriéndolas en
su corazón. Y se volvieron los pastores glorificando y alabando a
Dios.”
El cielo y la tierra no están más alejados hoy que cuando los
pastores oyeron el canto de los ángeles. La humanidad sigue hoy
siendo objeto de la solicitud celestial tanto como cuando los hombres
comunes, de ocupaciones ordinarias, se encontraban con los ángeles
al mediodía, y hablaban con los mensajeros celestiales en las viñas
y los campos. Mientras recorremos las sendas humildes de la vida,
el cielo puede estar muy cerca de nosotros. Los ángeles de los atrios
celestes acompañarán los pasos de aquellos que vayan y vengan a la
orden de Dios.
La historia de Belén es un tema inagotable. En ella se oculta
la “profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de
Dios.
Nos asombra el sacrificio realizado por el Salvador al trocar
el trono del cielo por el pesebre, y la compañía de los ángeles que le
adoraban por la de las bestias del establo. La presunción y el orgullo
humanos quedan reprendidos en su presencia. Sin embargo, aquello
no fué sino el comienzo de su maravillosa condescendencia. Habría
sido una humillación casi infinita para el Hijo de Dios revestirse
de la naturaleza humana, aun cuando Adán poseía la inocencia del
Edén. Pero Jesús aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba
debilitada por cuatro mil años de pecado. Como cualquier hijo de
Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia. Y la historia
de sus antepasados terrenales demuestra cuáles eran aquellos efectos.
Mas él vino con una herencia tal para compartir nuestras penas y
tentaciones, y darnos el ejemplo de una vida sin pecado.
En el cielo, Satanás había odiado a Cristo por la posición que
ocupara en las cortes de Dios. Le odió aun más cuando se vió des-
tronado. Odiaba a Aquel que se había comprometido a redimir a
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una raza de pecadores. Sin embargo, a ese mundo donde Satanás
pretendía dominar, permitió Dios que bajase su Hijo, como niño im-