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El Deseado de Todas las Gentes
y obra. Interpretaron mal las palabras de Jesús, falsificaron sus
declaraciones e impugnaron sus motivos. Mantuvieron su actitud,
recogiendo todo detalle que se pudiera volver contra él; y fué tal la
indignación suscitada por esos falsos informes que su vida peligró.
Cundió rápidamente la noticia de que, por su propia confesión,
Jesús de Nazaret no era el Mesías. Y así la corriente del sentimiento
popular se volvió contra él en Galilea, como había sucedido el año
anterior en Judea. ¡Ay de Israel! Rechazó a su Salvador porque
deseaba un conquistador que le diese poder temporal. Deseaba el
alimento que perece, y no el que dura para vida eterna.
Con corazón anhelante, Jesús vió a aquellos que habían sido sus
discípulos apartarse de él, la Vida y la Luz de los hombres. Al sentir
que su compasión no era apreciada, su amor no era correspondido,
su misericordia era despreciada, su salvación rechazada, se llenó su
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corazón de una tristeza inefable. Eran sucesos como éstos los que le
hacían varón de dolores, experimentado en quebranto.
Sin intentar impedir a los que se apartaban que lo hicieran, Jesús
se volvió a los doce y dijo: “¿Queréis vosotros iros también?”
Pedro respondió preguntando: “Señor, ¿a quién iremos? tú tienes
palabras de vida eterna—añadió,—y nosotros creemos y conocemos
que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”
“¿A quién iremos?” Los maestros de Israel eran esclavos del
formalismo. Los fariseos y saduceos estaban en constante contienda.
Dejar a Jesús era caer entre los que se aferraban a ritos y ceremonias,
y entre hombres ambiciosos que buscaban su propia gloria. Los
discípulos habían encontrado más paz y gozo desde que habían
aceptado a Cristo que en toda su vida anterior. ¿Cómo podrían
volver a aquellos que habían despreciado y perseguido al Amigo de
los pecadores? Habían estado buscando durante mucho tiempo al
Mesías; ahora había venido, y no podían apartarse de su presencia,
para ir a aquellos que buscaban su vida y que los habían perseguido
por haberse hecho discípulos de él.
“¿A quién iremos?” No podían apartarse de las enseñanzas de
Cristo, de sus lecciones de amor y misericordia, a las tinieblas de la
incredulidad, a la perversidad del mundo. Mientras abandonaban al
Salvador muchos de los que habían presenciado sus obras admira-
bles, Pedro expresó la fe de los discípulos: “Tú eres el Cristo.” Aun
el pensar que pudiesen perder esta ancla de sus almas, los llenaba de