La tradición
357
de sus padres; y que, por grande que fuera la necesidad de éstos, era
sacrilegio dar al padre o a la madre cualquier porción de lo que había
sido así consagrado. Un hijo infiel no tenía más que pronunciar la
palabra “Corbán” sobre su propiedad, dedicándola así a Dios, y podía
conservarla para su propio uso durante toda la vida, y después de
su muerte quedaba asignada al servicio del templo. De esta manera
quedaba libre tanto en su vida como en su muerte para deshonrar y
defraudar a sus padres, bajo el pretexto de una presunta devoción a
Dios.
Nunca, ni por sus palabras ni por sus acciones, menoscabó Jesús
la obligación del hombre de presentar dones y ofrendas a Dios. Cristo
fué quien dió todas las indicaciones de la ley acerca de los diezmos
y las ofrendas. Cuando estaba en la tierra, elogió a la mujer pobre
que dió todo lo que tenía a la tesorería del templo. Pero el celo por
Dios que aparentaban los sacerdotes y rabinos era un simulacro que
cubría su deseo de ensalzamiento propio. El pueblo era engañado
por ellos. Llevaba pesadas cargas que Dios no le había impuesto.
Aun los discípulos de Cristo no estaban completamente libres del
yugo de los prejuicios heredados y la autoridad rabínica. Ahora,
revelando el verdadero espíritu de los rabinos, Jesús trató de libertar
de la servidumbre de la tradición a todos los que deseaban realmente
servir a Dios.
“Hipócritas—dijo, dirigiéndose a los astutos espías,—bien pro-
fetizó de vosotros Isaías, diciendo: Este pueblo de labios me honra;
mas su corazón lejos está de mí. Mas en vano me honran, enseñando
doctrinas y mandamientos de hombres.” Las palabras de Cristo eran
una requisitoria contra el farisaísmo. El declaró que al poner sus
requerimientos por encima de los principios divinos, los rabinos se
ensalzaban más que a Dios.
Los diputados de Jerusalén se quedaron llenos de ira. No pudie-
ron acusar a Cristo como violador de la ley dada en el Sinaí, porque
hablaba como quien la defendía contra sus tradiciones. Los grandes
[363]
preceptos de la ley, que él había presentado, se destacaban en sor-
prendente contraste frente a las mezquinas reglas que los hombres
habían ideado.
A la multitud, y más tarde con mayor plenitud a sus discípulos,
Jesús explicó que la contaminación no proviene de afuera, sino de
adentro. La pureza e impureza se refieren al alma. Es la mala acción,