Página 378 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Jesús y sus discípulos habían llegado a uno de los pueblos que
rodeaban a Cesarea de Filipos. Estaban fuera de los límites de Gali-
lea, en una región donde prevalecía la idolatría. Allí se encontraban
los discípulos apartados de la influencia predominante del judaísmo
y relacionados más íntimamente con el culto pagano. En derredor
de sí, veían representadas las formas de la superstición que existían
en todas partes del mundo. Jesús deseaba que la contemplación de
estas cosas los indujese a sentir su responsabilidad hacía los pa-
ganos. Durante su estada en dicha región, trató de substraerse a la
tarea de enseñar a la gente, a fin de dedicarse más plenamente a sus
discípulos.
Iba a hablarles de los sufrimientos que le aguardaban. Pero
primero se apartó solo y rogó a Dios que sus corazones fuesen
preparados para recibir sus palabras. Al reunírseles, no les comunicó
en seguida lo que deseaba impartirles. Antes de hacerlo, les dió una
oportunidad de confesar su fe en él para que pudiesen ser fortalecidos
para la prueba venidera. Preguntó: “¿Quién dicen los hombres que
es el Hijo del hombre?”
Con tristeza, los discípulos se vieron obligados a confesar que
Israel no había sabido reconocer a su Mesías. En verdad, al ver sus
milagros, algunos le habían declarado Hijo de David. Las multitudes
que habían sido alimentadas en Betsaida habían deseado proclamarle
rey de Israel. Muchos estaban listos para aceptarle como profeta;
pero no creían que fuese el Mesías.
Jesús hizo entonces una segunda pregunta relacionada con los
discípulos mismos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Pedro res-
pondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”
Desde el principio, Pedro había creído que Jesús era el Mesías.
Muchos otros que habían sido convencidos por la predicación de
Juan el Bautista y que habían aceptado a Cristo, empezaron a dudar
en cuanto a la misión de Juan cuando fué encarcelado y ejecutado; y
ahora dudaban que Jesús fuese el Mesías a quien habían esperado
tanto tiempo. Muchos de los discípulos que habían esperado ardien-
temente que Jesús ocupase el trono de David, le dejaron cuando
percibieron que no tenía tal intención. Pero Pedro y sus compañeros
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no se desviaron de su fidelidad. El curso vacilante de aquellos que
ayer le alababan y hoy le condenaban no destruyó la fe del verdadero
seguidor del Salvador. Pedro declaró: “Tú eres el Cristo, el Hijo del