Página 38 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
querido dejarlo ir: he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito.
Moisés dió su mensaje; pero la respuesta del orgulloso monarca
fué: “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel?
Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel.
Jehová
obró en favor de su pueblo mediante señales y prodigios, y envió
terribles juicios sobre el faraón. Por fin el ángel destructor recibió
la orden de matar a los primogénitos de hombres y animales de
entre los egipcios. A fin de que fuesen perdonados, los israelitas
recibieron la indicación de rociar sus dinteles con la sangre de un
cordero inmolado. Cada casa había de ser señalada, a fin de que
cuando pasase el ángel en su misión de muerte, omitiera los hogares
de los israelitas.
Después de enviar este castigo sobre Egipto, Jehová dijo a Moi-
sés: “Santifícame todo primogénito, ... así de los hombres como de
los animales: mío es.” “Porque ... desde el día que yo maté todos
los primogénitos en la tierra de Egipto, yo santifiqué a mí todos
los primogénitos en Israel, así de hombres como de animales: míos
serán: Yo Jehová.
Una vez establecido el servicio del tabernáculo,
el Señor eligió a la tribu de Leví en lugar de los primogénitos de
todo Israel, para que sirviese en su santuario. Pero debía seguir con-
siderándose a los primogénitos como propiedad del Señor, y debían
ser redimidos por rescate.
Así que la ley de presentar a los primogénitos era muy signifi-
cativa. Al par que conmemoraba el maravilloso libramiento de los
hijos de Israel por el Señor, prefiguraba una liberación mayor que
realizaría el unigénito Hijo de Dios. Así como la sangre rociada
sobre los dinteles había salvado a los primogénitos de Israel, tiene
la sangre de Cristo poder para salvar al mundo.
¡Cuánto significado tenía, pues, la presentación de Cristo! Mas el
sacerdote no vió a través del velo; no leyó el misterio que encubría.
La presentación de los niños era escena común. Día tras día, el
sacerdote recibía el precio del rescate al ser presentados los niños
a Jehová. Día tras día cumplía con la rutina de su trabajo, casi sin
prestar atención a padres o niños, a menos que notase algún indicio
de riqueza o de alta posición social en los padres. José y María eran
pobres; y cuando vinieron con el niño, el sacerdote no vió sino a un
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hombre y una mujer vestidos como los galileos, y con las ropas más