Página 383 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Previsiones de la cruz
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eran de naturaleza que fuesen de ayuda y solaz para Jesús en la gran
prueba que le esperaba. No estaban en armonía con el misericordioso
propósito de Dios hacia un mundo perdido, ni con la lección de
abnegación que Jesús había venido a enseñar por su propio ejemplo.
Pedro no deseaba ver la cruz en la obra de Cristo. La impresión que
sus palabras hacían se oponía directamente a la que Jesús deseaba
producir en la mente de sus seguidores, y el Salvador fué movido a
pronunciar una de las más severas reprensiones que jamás salieran
de sus labios: “Quítate de delante de mí, Satanás; me eres escándalo;
porque no entiendes lo que es de Dios sino lo que es de los hombres.”
Satanás estaba tratando de desalentar a Jesús y apartarle de su
misión; y Pedro, en su amor ciego, estaba dando voz a la tentación.
El príncipe del mal era el autor del pensamiento. Su instigación
estaba detrás de aquella súplica impulsiva. En el desierto, Satanás
había ofrecido a Cristo el dominio del mundo a condición de que
abandonase la senda de la humillación y del sacrificio. Ahora estaba
presentando la misma tentación al discípulo de Cristo. Estaba tratan-
do de fijar la mirada de Pedro en la gloria terrenal, a fin de que no
contemplase la cruz hacia la cual Jesús deseaba dirigir sus ojos. Por
medio de Pedro, Satanás volvía a apremiar a Jesús con la tentación.
Pero el Salvador no le hizo caso; pensaba en su discípulo. Satanás se
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había interpuesto entre Pedro y su Maestro, a fin de que el corazón
del discípulo no fuese conmovido por la visión de la humillación de
Cristo en su favor. Las palabras de Cristo fueron pronunciadas, no a
Pedro, sino a aquel que estaba tratando de separarle de su Redentor.
“Quítate de delante de mí, Satanás.” No te interpongas más entre mí
y mi siervo errante. Déjame llegar cara a cara con Pedro para que
pueda revelarle el misterio de mi amor.
Fué una amarga lección para Pedro, una lección que aprendió
lentamente, la de que la senda de Cristo en la tierra pasaba por la
agonía y la humillación. El discípulo rehuía la comunión con su
Señor en el sufrimiento; pero en el calor del horno, había de conocer
su bendición. Mucho tiempo más tarde, cuando su cuerpo activo se
inclinaba bajo el peso de los años y las labores, escribió: “Carísimos,
no os maravilléis cuando sois examinados por fuego, lo cual se hace
para vuestra prueba, como si alguna cosa peregrina os aconteciese;
antes bien gozaos en que sois participantes de las aflicciones de