Página 394 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

390
El Deseado de Todas las Gentes
todo corazón; y con voz llena de tristeza exclamó: “¡Oh generación
infiel! ¿hasta cuándo estaré con vosotros? ¿hasta cuándo os tengo de
sufrir?” Luego ordenó al padre angustiado: “Trae tu hijo acá.”
Fué traído el muchacho y, al posarse los ojos del Salvador sobre
él, el espíritu malo lo arrojó al suelo en convulsiones de agonía.
Se revolcaba y echaba espuma por la boca, hendiendo el aire con
clamores pavorosos.
El Príncipe de la vida y el príncipe de las potestades de las
tinieblas habían vuelto a encontrarse en el campo de batalla: Cristo,
en cumplimiento de su misión de “pregonar a los cautivos libertad,
y ... para poner en libertad a los quebrantados;
Satanás tratando
de retener a su víctima bajo su dominio. Invisibles, los ángeles de
luz y las huestes de los malos ángeles se cernían cerca del lugar
para contemplar el conflicto. Por un momento, Jesús permitió al
mal espíritu que manifestase su poder, a fin de que los espectadores
comprendiesen el libramiento que se iba a producir.
La muchedumbre miraba con el aliento en suspenso, el padre con
agonía de esperanza y temor. Jesús preguntó: “¿Cuánto tiempo ha
que le aconteció esto?” El padre contó la historia de los largos años
de sufrimiento, y luego, como si no lo pudiese soportar más, exclamó:
“Si puedes algo, ayúdanos, teniendo misericordia de nosotros.” “Si
puedes.” Hasta el padre dudaba ahora del poder de Cristo.
Jesús respondió: “Si puedes creer, al que cree todo es posible.”
No faltaba poder a Cristo; pero la curación del hijo dependía de
la fe del padre. Estallando en lágrimas, comprendiendo su propia
debilidad, el padre se confió completamente a la misericordia de
Cristo, exclamando: “Creo, ayuda mi incredulidad.”
Jesús se volvió hacia el enfermo y dijo: “Espíritu mudo y sordo,
yo te mando, sal de él, y no entres más en él.” Se oyó un clamor y se
produjo una lucha intensísima. El demonio, al salir, parecía estar por
quitar la vida a su víctima. Luego el mancebo quedó acostado sin
movimiento y aparentemente sin vida. La multitud murmuró: “Está
[396]
muerto.” Pero Jesús le tomó de la mano y, alzándole, le presentó
en perfecta sanidad mental y corporal a su padre. El padre y el hijo
alabaron el nombre de su libertador. Los espectadores quedaron
“atónitos de la grandeza de Dios,” mientras los escribas, derrotados
y abatidos, se apartaron malhumorados.