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El Deseado de Todas las Gentes
Si Jesús hubiese pagado el tributo sin protesta, habría reconocido
virtualmente la justicia del pedido, y habría negado así su divinidad.
Pero aunque consideró propio satisfacer la demanda, negó la pre-
tensión sobre la cual se basaba. Al proveer para el pago del tributo,
dió evidencia de su carácter divino. Quedó de manifiesto que él era
uno con Dios, y por lo tanto no se hallaba bajo tributo como mero
súbdito del Rey.
“Ve a la mar—indicó a Pedro,—y echa el anzuelo, y el primer pez
que viniere, tómalo, y abierta su boca, hallarás un estatero: tómalo,
y dáselo por mí y por ti.”
Aunque había revestido su divinidad con la humanidad, en este
milagro reveló su gloria. Era evidente que era Aquel que había de-
clarado por medio de David: “Porque mía es toda bestia del bosque,
y los millares de animales en los collados. Conozco todas las aves de
los montes, y en mi poder están las fieras del campo. Si yo tuviese
hambre, no te lo diría a ti: porque mío es el mundo y su plenitud.
Aunque Jesús demostró claramente que no se hallaba bajo la
obligación de pagar tributo, no entró en controversia alguna con los
judíos acerca del asunto; porque ellos hubieran interpretado mal
sus palabras, y las habrían vuelto contra él. Antes que ofenderlos
reteniendo el tributo, hizo aquello que no se le podía exigir con jus-
ticia. Esta lección iba a ser de gran valor para sus discípulos. Pronto
se iban a realizar notables cambios en su relación con el servicio
del templo, y Cristo les enseñó a no colocarse innecesariamente en
antagonismo con el orden establecido. Hasta donde fuese posible,
debían evitar el dar ocasión para que su fe fuese mal interpretada.
Aunque los cristianos no han de sacrificar un solo principio de la
verdad, deben evitar la controversia siempre que sea posible.
Mientras Cristo y los discípulos estaban solos en la casa, después
que Pedro se fuera al mar, Jesús llamó a los otros a sí y les preguntó:
“¿Qué disputabais entre vosotros en el camino?” La presencia de
Jesús y su pregunta dieron al asunto un cariz enteramente diferente
del que les había parecido que tenía mientras disputaban por el
camino. La vergüenza y un sentimiento de condenación les indujeron
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a guardar silencio. Jesús les había dicho que iba a morir por ellos,
y la ambición egoísta de ellos ofrecía un doloroso contraste con el
amor altruísta que él manifestaba.