Página 402 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
la contención. El dominio viene a ser el premio del más fuerte. El
reino de Satanás es un reino de fuerza; cada uno mira al otro como
un obstáculo para su propio progreso, o como un escalón para poder
trepar a un puesto más elevado.
Mientras Lucifer consideró como presa deseable el ser igual
a Dios, Cristo, el encumbrado, “se anonadó a sí mismo, tomando
forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la
condición como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz.
En esos momentos, la cruz le
esperaba; y sus propios discípulos estaban tan llenos de egoísmo,
es decir, del mismo principio que regía el reino de Satanás, que
no podían sentir simpatía por su Señor, ni siquiera comprenderle
mientras les hablaba de su humillación por ellos.
Muy tiernamente, aunque con solemne énfasis, Jesús trató de
corregir el mal. Demostró cuál es el principio que rige el reino de los
cielos, y en qué consiste la verdadera grandeza, según las normas
celestiales. Los que eran impulsados por el orgullo y el amor a la
distinción, pensaban en sí mismos y en la recompensa que habían de
recibir, más bien que en cómo podían devolver a Dios los dones que
habían recibido. No tendrían cabida en el reino de los cielos porque
estaban identificados con las filas de Satanás.
Antes de la honra viene la humildad. Para ocupar un lugar ele-
vado ante los hombres, el Cielo elige al obrero que como Juan el
Bautista, toma un lugar humilde delante de Dios. El discípulo que
más se asemeja a un niño es el más eficiente en la labor para Dios.
Los seres celestiales pueden cooperar con aquel que no trata de
ensalzarse a sí mismo sino de salvar almas. El que siente más pro-
fundamente su necesidad de la ayuda divina la pedirá; y el Espíritu
Santo le dará vislumbres de Jesús que fortalecerán y elevarán su
alma. Saldrá de la comunión con Cristo para trabajar en favor de
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aquellos que perecen en sus pecados. Fué ungido para su misión, y
tiene éxito donde muchos de los sabios e intelectualmente prepara-
dos fracasarían.
Pero cuando los hombres se ensalzan a sí mismos, y se consi-
deran necesarios para el éxito del gran plan de Dios, el Señor los
hace poner a un lado. Queda demostrado que el Señor no depende
de ellos. La obra no se detiene porque ellos sean separados de ella,
sino que sigue adelante con mayor poder.