Página 403 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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¿Quién es el mayor?
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No era suficiente que los discípulos de Jesús fuesen instruídos
en cuanto a la naturaleza de su reino. Lo que necesitaban era un
cambio de corazón que los pusiese en armonía con sus principios.
Llamando a un niñito a sí, Jesús lo puso en medio de ellos; y luego
rodeándole tiernamente con sus brazos dijo: “De cierto os digo, que
si no os volviereis, y fuereis como niños, no entraréis en el reino de
los cielos.” La sencillez, el olvido de sí mismo y el amor confiado del
niñito son los atributos que el Cielo aprecia. Son las características
de la verdadera grandeza.
Jesús volvió a explicar a sus discípulos que su reino no se carac-
teriza por la dignidad y ostentación terrenales. A los pies de Jesús,
se olvidan todas estas distinciones. Se ve a los ricos y a los pobres,
a los sabios y a los ignorantes, sin pensamiento alguno de casta ni
de preeminencia mundanal. Todos se encuentran allí como almas
compradas por la sangre de Jesús, y todos por igual dependen de
Aquel que los redimió para Dios.
El alma sincera y contrita es preciosa a la vista de Dios. El pone
su señal sobre los hombres, no según su jerarquía ni su riqueza, ni
por su grandeza intelectual, sino por su unión con Cristo. El Señor
de gloria queda satisfecho con aquellos que son mansos y humildes
de corazón. “Dísteme asimismo—dijo David—el escudo de tu salud:
... y tu benignidad—como elemento del carácter humano—me ha
acrecentado.
“El que recibiere en mi nombre uno de los tales niños—dijo
Jesús,—a mí recibe; y el que a mí recibe, no recibe a mí, mas al que
me envió.” “Jehová dijo así: el cielo es mi solio, y la tierra estrado de
mis pies: ... mas a aquel miraré que es pobre y humilde de espíritu,
y que tiembla a mi palabra.
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Las palabras del Salvador despertaron en los discípulos un senti-
miento de desconfianza propia. En su respuesta, él no había indicado
a nadie en particular; pero Juan se sintió inducido a preguntar si en
cierto caso su acción había sido correcta. Con el espíritu de un niño,
presentó el asunto a Jesús. “Maestro—dijo,—hemos visto a uno que
en tu nombre echaba fuera los demonios, el cual no nos sigue; y se
lo prohibimos, porque no nos sigue.”
Santiago y Juan habían pensado que al reprimir a este hombre
buscaban la honra de su Señor; mas empezaban a ver que habían
sido celosos por la propia. Reconocieron su error y aceptaron la