La dedicación
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entraña pobreza, trabajos y oprobio, no es recibido más ávidamente
hoy que hace mil ochocientos años.
María reflexionó en la amplia y profunda profecía de Simeón.
Mientras miraba al niño que tenía en sus brazos, y recordaba las
palabras de los pastores de Belén, rebosaba de gozo agradecido y
alegre esperanza. Las palabras de Simeón le recordaban las decla-
raciones proféticas de Isaías: “Saldrá una vara del tronco de Isaí, y
un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el espíritu de
Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y
de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová.... Y será
la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de sus riñones.”
“El pueblo que andaba en tinieblas vió gran luz: los que moraban en
tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos.... Porque
un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado sobre su
hombro: y llamaráse su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte,
Padre eterno, Príncipe de paz.
Sin embargo, María no entendía la misión de Cristo. En su
profecía, Simeón lo había denominado luz que iba a ser revelada a los
gentiles, y gloria de Israel. Así también los ángeles habían anunciado
el nacimiento de Cristo como nuevas de gozo para todos los pueblos.
Dios estaba tratando de corregir el estrecho concepto de los judíos
respecto de la obra del Mesías. Deseaba que le contemplasen, no
sólo como el libertador de Israel, sino como Redentor del mundo.
Pero debían transcurrir muchos años antes de que la madre de Jesús
comprendiese la misión de él.
María esperaba el reinado del Mesías en el trono de David, pero
no veía el bautismo de sufrimiento por cuyo medio debía ganarlo.
Simeón reveló el hecho de que el Mesías no iba a encontrar una
senda expedita por el mundo. En las palabras dirigidas a María: “Una
espada traspasará tu alma,” Dios, en su misericordia, dió a conocer a
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la madre de Jesús la angustia que por él ya había empezado a sufrir.
“He aquí—había dicho Simeón,—éste es puesto para caída y
para levantamiento de muchos en Israel; y para señal a la que será
contradicho.” Deben caer los que quieren volverse a levantar. Debe-
mos caer sobre la Roca y ser quebrantados, antes que podamos ser
levantados en Cristo. El yo debe ser destronado, el orgullo debe ser
humillado, si queremos conocer la gloria del reino espiritual. Los
judíos no querían aceptar la honra que se alcanza por la humilla-