Página 412 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Llevaba el cántaro al altar, que ocupaba una posición central
en el atrio de los sacerdotes. Allí había dos palanganas de plata,
con un sacerdote de pie al lado de cada una. El cántaro de agua era
derramado en una, y un cántaro de vino en la otra; y el contenido
de ambas, fluyendo por un caño que comunicaba con el Cedrón,
era conducido al Mar Muerto. La presentación del agua consagrada
representaba la fuente que a la orden de Dios había brotado de la roca
para aplacar la sed de los hijos de Israel. Entonces repercutían los
acordes jubilosos: “Porque mi fortaleza y mi canción es ... Jehová;
sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salud.
Mientras los hijos de José se preparaban para asistir a la fiesta de
las cabañas, vieron que Jesús no hacía nada que significase intención
de asistir a ella. Le consideraban con ansiedad. Desde la curación
realizada en Betesda, no había asistido a las fiestas nacionales. A fin
de evitar un conflicto inútil con los dirigentes de Jerusalén, había
limitado sus labores a Galilea. Su aparente indiferencia hacia las
grandes asambleas religiosas, y la enemistad manifestada hacia él por
los sacerdotes y rabinos, eran una causa de perplejidad para los que le
rodeaban, y aun para sus discípulos y su familia. En sus enseñanzas,
se había espaciado en las bendiciones de la obediencia a la ley de
Dios, y, sin embargo, él mismo parecía indiferente al servicio que
había sido establecido divinamente. Su trato con los publicanos y
otros de mala fama, su desprecio por las observancias rabínicas y la
libertad con que dejaba de lado las exigencias tradicionales acerca
del sábado, todo parecía ponerle en antagonismo con las autoridades
religiosas y suscitaba muchas preguntas. Sus hermanos pensaban
que era un error de su parte enajenarse a los grandes y sabios de
la nación. Pensaban que estos hombres debían tener razón y que
Jesús estaba haciendo mal al ponerse en antagonismo con ellos.
Pero habían presenciado su vida sin tacha y aunque no se contaban
entre sus discípulos, habían quedado profundamente impresionados
por sus obras. Su popularidad en Galilea halagaba su ambición;
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todavía esperaban que daría una prueba de su poder que indujera
a los fariseos a ver que él era lo que pretendía ser. ¡Y si fuese el
Mesías, el Príncipe de Israel! Ellos acariciaban este pensamiento
con orgullosa satisfacción.
Tanta ansiedad sentían acerca de esto, que rogaron a Jesús que
fuese a Jerusalén. “Y dijéronle sus hermanos: Pásate de aquí, y