Página 413 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

La fiesta de las cabañas
409
vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que
haces. Que ninguno que procura ser claro hace algo en oculto. Si
estas cosas haces, manifiéstate al mundo.” El “si” expresaba duda
e incredulidad. Le atribuían cobardía y debilidad. Si él sabía que
era el Mesías, ¿por qué guardaba esta extraña reserva e inacción? Si
poseía realmente tal poder, ¿por qué no iba audazmente a Jerusalén
y aseveraba sus derechos? ¿Por qué no cumplía en Jerusalén las
obras maravillosas que de él se relataban en Galilea? No te ocultes
en provincias aisladas, decían, a realizar tus obras poderosas para
beneficio de campesinos y pescadores ignorantes. Preséntate en la
capital, conquista el apoyo de sacerdotes y gobernantes, y une la
nación, para establecer el nuevo reino.
Estos hermanos de Jesús razonaban por el mismo motivo egoísta
que con tanta frecuencia se encuentra en el corazón de los que aman
la ostentación. Ese espíritu era el que gobernaba el mundo. Ellos se
ofendían porque, en vez de buscar un trono temporal, Cristo se había
declarado el pan de vida. Quedaron muy desilusionados cuando
tantos de sus discípulos le abandonaron. Ellos mismos se apartaron
de él para escapar a la cruz que representaba el reconocer lo que sus
obras revelaban: que era el Enviado de Dios.
“Díceles entonces Jesús: Mi tiempo aún no ha venido; mas
vuestro tiempo siempre está presto. No puede el mundo aborreceros
a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo doy testimonio de él,
que sus obras son malas. Vosotros subid a esta fiesta; yo no subo aún
a esta fiesta, porque mi tiempo aún no es cumplido. Y habiéndoles
dicho esto, quedóse en Galilea.” Sus hermanos le habían hablado
en tono de autoridad, prescribiéndole la conducta que debía seguir.
Les devolvió su reprensión, clasificándolos no con sus discípulos
abnegados, sino con el mundo. “No puede el mundo aborreceros a
vosotros—dijo;—mas a mí me aborrece, porque yo doy testimonio
[415]
de él, que sus obras son malas.” El mundo no odia a los que le son
semejantes en espíritu. Los ama como suyos.
Para Cristo, el mundo no era un lugar de comodidad y engrande-
cimiento propio. No buscaba una oportunidad para recibir su poder
y su gloria. No le ofrecía ningún premio tal. Era el lugar al cual su
Padre le había enviado. Había sido dado para la vida del mundo, para
realizar el gran plan de redención. Estaba haciendo su obra en favor
de la especie caída. Pero no había de ser presuntuoso, ni precipitarse