Página 414 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

410
El Deseado de Todas las Gentes
al peligro, ni tampoco apresurar una crisis. Cada acontecimiento de
su obra tenía su hora señalada. Debía esperar con paciencia. Sabía
que iba a ser blanco del odio del mundo; sabía que su obra le con-
duciría a la muerte; pero exponerse prematuramente no habría sido
obrar según la voluntad de su Padre.
Desde Jerusalén las noticias de los milagros de Cristo se habían
difundido dondequiera que estaban dispersos los judíos; y aunque
durante muchos meses él había permanecido ausente de las fiestas, el
interés en él no había disminuído. Muchos, de todas partes del mun-
do, habían venido a la fiesta de las cabañas con la esperanza de verle.
Al principio de la fiesta, muchos preguntaron por él. Los fariseos y
gobernantes esperaban que viniese, deseosos de tener oportunidad
para condenarle. Preguntaban ansiosamente: “¿Dónde está?” Pero
nadie lo sabía. En todas las mentes predominaban pensamientos
relativos a él. Por temor a los sacerdotes y príncipes, nadie se atrevía
a reconocerle como el Mesías, mas por doquiera había discusiones
serenas pero fervorosas acerca de él. Muchos le defendían como
enviado de Dios, mientras que otros le denunciaban como engañador
del pueblo. Mientras tanto, Jesús había llegado silenciosamente a
Jerusalén. Había elegido una ruta poco frecuentada, a fin de evitar
a los viajeros que se dirigían a la ciudad desde todas partes. Si se
hubiese unido a cualquiera de las caravanas que subían a la fiesta, la
atención pública hubiera sido atraída hacia él al entrar en la ciudad,
y una demostración popular en su favor habría predispuesto a las
autoridades contra él. Para evitar esto, prefirió hacer el viaje solo.
En medio de la fiesta, cuando la expectación acerca de él estaba
en su apogeo, entró en el atrio del templo en presencia de la multitud.
[416]
Porque estaba ausente de la fiesta, se había dicho que no se atrevía
a colocarse bajo el poder de los sacerdotes y príncipes. Todos se
sorprendieron al notar su presencia. Toda voz se acalló. Todos se
admiraban de la dignidad y el valor de su porte en medio de enemigos
poderosos sedientos de su vida. Así de pie, convertido en el centro de
atracción de esa vasta muchedumbre, Jesús les habló como nadie lo
había hecho. Sus palabras demostraban un conocimiento de las leyes
e instituciones de Israel, del ritual de los sacrificios y las enseñanzas
de los profetas, que superaba por mucho al de los sacerdotes y
rabinos. Quebrantó las barreras del formalismo y la tradición. Las
escenas de la vida futura parecían abiertas delante de él. Como quien