Página 420 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
públicamente, y no le dicen nada; ¿si habrán entendido verdadera-
mente los príncipes, que éste es el Cristo?”
Muchos de los que escuchaban a Cristo moraban en Jerusalén
y, aun conociendo las maquinaciones de los príncipes contra él, se
sentían atraídos hacia él por un poder irresistible. Se iban conven-
ciendo de que era el Hijo de Dios. Pero Satanás estaba listo para
sugerirles dudas, y a ello se prestaban sus ideas erróneas acerca del
Mesías y de su venida. Se creía generalmente que Cristo iba a nacer
en Belén, pero que después de un tiempo desaparecería y que en
su segunda aparición nadie sabría de dónde venía. No eran pocos
los que sostenían que el Mesías no tendría ninguna relación natural
con la humanidad. Y debido a que el concepto popular de la gloria
del Mesías no se cumplía en Jesús de Nazaret, muchos prestaron
atención a la sugestión: “Mas éste, sabemos de dónde es: y cuando
viniere el Cristo, nadie sabrá de dónde sea.”
Mientras que estaban así vacilando entre la duda y la fe, Jesús
descubrió sus pensamientos y los contestó diciendo: “A mí me co-
nocéis, y sabéis de dónde soy; y no he venido de mí mismo; mas el
que me envió es verdadero, al cual vosotros no conocéis.” Aseve-
raban saber lo que debía ser el origen de Cristo, pero lo ignoraban
completamente. Si hubiesen vivido de acuerdo con la voluntad de
Dios, habrían conocido a su Hijo cuando se les manifestó.
Los oyentes no podían comprender las palabras de Cristo. Eran
claramente una repetición del aserto que él había hecho en presencia
del Sanedrín muchos meses antes, cuando se declaró Hijo de Dios. Y
así como los gobernantes trataron entonces de hacerlo morir, también
en esta ocasión trataron de apoderarse de él; pero fueron impedidos
por un poder invisible, que puso término a su ira, diciéndoles: “Hasta
aquí vendrás, y no pasarás adelante.”
Entre el pueblo, muchos creían en él y decían: “El Cristo, cuando
viniere, ¿hará más señales que las que éste hace?” Los dirigentes
de los fariseos, que estaban considerando ansiosamente el curso de
los acontecimientos, notaron las expresiones de simpatía entre la
muchedumbre. Apresurándose a dirigirse a los sumos sacerdotes,
les presentaron sus planes de arrestarle. Convinieron, sin embargo,
en tomarle cuando estuviese solo; porque no se atrevían a prenderlo
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en presencia del pueblo. Otra vez demostró Jesús que leía sus pro-
pósitos. “Aun un poco de tiempo estaré con vosotros—dijo él,—e