Capítulo 51—“La luz de la vida”
Este capítulo está basado en Juan 8:12-59; 9.
“Otra vez, pues, Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del
mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, mas tendrá la luz de
la vida.” (V.M.)
Cuando pronunció estas palabras, Jesús estaba en el atrio del
templo especialmente relacionado con los ejercicios de la fiesta de
las cabañas. En el centro de este patio se levantaban dos majestuosas
columnas que soportaban portalámparas de gran tamaño. Después
del sacrificio de la tarde, se encendían todas las lámparas, que arro-
jaban su luz sobre Jerusalén. Esta ceremonia estaba destinada a
conmemorar la columna de luz que guiaba a Israel en el desierto,
y también a señalar la venida del Mesías. Por la noche, cuando las
lámparas estaban encendidas, el atrio era teatro de gran regocijo. Los
hombres canosos, los sacerdotes del templo y los dirigentes del pue-
blo, se unían en danzas festivas al sonido de la música instrumental
y el canto de los levitas.
Por la iluminación de Jerusalén, el pueblo expresaba su esperanza
en la venida del Mesías para derramar su luz sobre Israel. Pero
para Jesús la escena tenía un significado más amplio. Como las
lámparas radiantes del templo alumbraban cuanto las rodeaba, así
Cristo, la fuente de luz espiritual, ilumina las tinieblas del mundo.
Sin embargo, el símbolo era imperfecto. Aquella gran luz que su
propia mano había puesto en los cielos era una representación más
verdadera de la gloria de su misión.
Era de mañana; el sol acababa de levantarse sobre el monte de las
Olivas, y sus rayos caían con deslumbrante brillo sobre los palacios
de mármol, e iluminaban el oro de las paredes del templo, cuando
Jesús, señalándolo, dijo: “Yo soy la luz del mundo.”
Mucho tiempo después estas palabras fueron repetidas, por uno
que las escuchara, en aquel sublime pasaje: “En él estaba la vida, y la
[429]
vida era la luz de los hombres. Y la luz en las tinieblas resplandece;
423