Página 432 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
estos hombres que se creían justos. La verdad exponía la falacia
del error; condenaba sus enseñanzas y prácticas, y fué mal acogida.
Ellos preferían cerrar los ojos a la verdad, antes que humillarse para
confesar que habían estado en el error. No amaban la verdad. No la
deseaban aunque era la verdad.
“¿Quién de vosotros me convence de pecado? Y si digo la verdad,
¿por qué no me creéis?
Día tras día, durante tres años los enemigos
de Cristo le habían seguido, procurando hallar alguna mancha en su
carácter. Satanás y toda la confederación del maligno habían estado
tratando de vencerle; pero nada habían hallado en él de lo cual sacar
ventaja. Hasta los demonios estaban obligados a confesar: “Sé quién
eres, el Santo de Dios.
Jesús vivió la ley a la vista del cielo, de
los mundos no caídos y de los hombres pecadores. Delante de los
ángeles, de los hombres y de los demonios, había pronunciado sin
que nadie se las discutiese palabras que, si hubiesen procedido de
cualesquiera otros labios, hubieran sido blasfemia: “Yo, lo que a él
agrada, hago siempre.”
El hecho de que, a pesar de que no podían hallar pecado en él, los
judíos no recibían a Cristo probaba que no estaban en comunión con
Dios. No reconocían la voz de Dios en el mensaje de su Hijo. Pen-
saban que estaban condenando a Cristo; pero al rechazarlo estaban
sentenciándose a sí mismos. “El que es de Dios—dijo Jesús,—las
palabras de Dios oye: por esto no las oís vosotros, porque no sois de
Dios.”
La lección es verdadera para todos los tiempos. Muchos hombres
que se deleitan en sutilizar, criticar y buscar en la Palabra de Dios
algo que poner en duda, piensan que de esa manera están dando
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muestras de independencia de pensamiento y agudeza mental. Su-
ponen que están condenando la Biblia, cuando en verdad se están
condenando a sí mismos. Ponen de manifiesto que son incapaces
de apreciar las verdades de origen celestial y de alcance eterno. En
presencia de la gran montaña de la justicia de Dios, su espíritu no
siente temor reverencial. Se ocupan en buscar pajas y motas, con
lo cual revelan una naturaleza estrecha y terrena, un corazón que
pierde rápidamente su capacidad para comprender a Dios. Aquel
cuyo corazón ha respondido al toque divino, buscará lo que aumente
su conocimiento de Dios, y refine y eleve su carácter. Como una flor
se torna al sol para que sus brillantes rayos le den bellos colores,